Se nos fue también, con la muerte de Francisco, el papa más futbolero. Hincha confeso y declarado del San Lorenzo de Almagro, uno de los equipos históricos de la Liga argentina.
El papa Francisco vivió su afición a este deporte, casi una religión en su país de origen, siempre como una auténtica manera de sentirse y saberse parte del pueblo, el que alimenta todo lo que representa el deporte más practicado en el mundo.
Para Francisco, el futbol y otros deportes de extracción popular, como el boxeo, podían y deberían convertirse en elementos que fortalecieran la educación y la paz.
Siempre positivo, el papa recibió en innumerables ocasiones a deportistas destacados, muchos de ellos futbolistas. A todos los atendió con un gran sentido del humor y mucha agudeza, las principales características de su carácter.
Puede ser que le haya faltado tiempo y salud para centrar en sus discursos una crítica al excesivo comercialismo y otros valores superfluos que contaminan al futbol y generan confusión en muchos profesionales destacados.
Quizá que desde el sitio que este hombre ocupó en los últimos años, de incuestionable trascendencia histórica, le hubiera hecho mucho bien a quienes operan y manejan este deporte a nivel mundial, un mensaje cargado de la humanidad que siempre alentó y promovió.
Como sea, hoy que el mundo todo se ha centrado en lamentar la muerte de Francisco, ojalá se vaya más allá de una simple condolencia y se recupere como valores de vida los preceptos de humildad, generosidad y cambio social que siempre enarboló.
Al mundo del futbol que en automático asocia su partida al recuerdo del “papa futbolero”, le debería de motivar remodelar los objetivos que el profesionalismo busca: no es, o no debería de ser, solo el dinero y la fama y el poder para beneficio propio.
El mejor homenaje que el mundo del futbol le debe a Francisco no pasa solo por recordar su condición de hincha, sino el de generar un nuevo modelo de valores que haga que este deporte-negocio en verdad aporte a que seamos seres humanos y sociedades más justas, más generosas y más honestas.
Estoy seguro que el papa Francisco eso hubiera querido. Y no se trata de hacer templos las canchas de futbol.