El tiroteo registrado ayer en la celebración del triunfo de los Jefes de Kansas City debe prender focos rojos en los organizadores de grandes eventos deportivos en los Estados Unidos.
La proliferación de armas de alto poder en manos de ciudadanos estadunidenses, se sabe, ha degenerado lamentablemente en una gran cantidad de estas acciones, habitualmente motivadas por la intolerancia de sujetos extremistas, casi todos ellos motivados por el racismo.
En escenarios o en contextos deportivos recuerdo a bote pronto dos:
El 27 de julio del 1996 una bomba explotó en las instalaciones centrales de los Juegos Olímpicos llevados a cabo en Atlanta, dejando dos muertos y 11 heridos. El lunes 15 de abril otra bomba fue activada al final del recorrido de la Maratón de Boston provocando 4 muertos y 282 heridos.
El futbol vivirá dos grandes eventos en este país próximamente. En junio de este año la Copa América, que congregará a una enorme cantidad de aficionados a este deporte. En el 2026 se llevará a cabo, nada más y nada menos, que la Copa del Mundo más extensa y grande de la que tengamos memoria con 48 representaciones nacionales.
Es evidente que la seguridad en las inmediaciones y dentro de los estadios deportivos en los Estados Unidos son seguros y se revisa todo lo que ingresan los aficionados no solo con rigor y seriedad, sino con la más alta tecnología. La amenaza se traslada entonces a las calles y plazas donde es muy complicado tener control y evitar la acción de los extremistas. Así lo vivimos en el atentado en Kansas, donde falta todavía tener una explicación de qué motivó a los tiradores y de la forma en la que ejecutaron el atentado.
Lo que creo está en manos de los organizadores de estos y otros eventos es no ignorar que en los Estados Unidos el extremismo está en ascenso y que la negativa a impedir que casi cualquier ciudadano pueda comprar y portar un arma es un riesgo altísimo.
