¿Cuántas veces nos hemos sentido a la zaga de todo aquello que intentamos cambiar, ya sea por irreductible o porque su dimensión excede nuestros esfuerzos? Me refiero a todo aquello que no podemos cambiar, aun cuando nuestra voluntad es mayúscula.
El cambio es quizás uno de los factores más dinámicos de la vida, para bien y para mal. Constantemente escuchamos que cambiar es la base de la vida misma, pues en él reside el signo de la evolución humana. Y a veces, por esa convicción, intentamos propiciar ese cambio en nuestra vida, e incluso en las condiciones del entorno. Sin embargo, los resultados nos detienen, toda vez que no son los que esperábamos, o bien, al cabo de los hechos, el cambio no es aquello que buscábamos.
La premisa de esta diferencia entre nuestra intención y el resultado es, a no dudarlo, la perspectiva desde donde observamos el fenómeno. Escribió hace poco el psicólogo español Javier Prado Abril: “Todos sentimos que el sistema no funciona bien y es demasiado complejo para cambiarlo, pero olvidamos reiteradamente que nosotros somos el sistema y éste puede cambiar todos los días con nuestras acciones. Elige bien.”
Si empezamos por cambiar nuestra perspectiva y entendemos el papel que jugamos dentro de la situación que deseamos cambiar, empezaremos a advertir que el esfuerzo continuado, consciente y paciente en esa estructura, dará los resultados que buscamos. Y, sobre todo, que el cambio obedece a los factores que ponemos en juego: individuales o colectivos, esos factores forman la raigambre de la transformación positiva, el camino sobre el cual han de ir nuestras acciones para estar cada vez más cerca de los resultados.
No conocemos el alcance de antemano, ni la cercanía del resultado, pero sabemos, así sean la intuición y el deseo las guías, que el cambio llegará. Porque, ¿dónde está el cambio? Comienza en la mente, y continúa en la conducta.
“Carpe diem, quam minimum credula postero”, escribió el poeta latino Horacio, para afianzar la idea de que las oportunidades son del presente, no del futuro. “Aprovecha el hoy, no confíes en el mañana”, es la sustancia de su idea. El cambio, visto así, es la oportunidad del esfuerzo continuado, es decir, de aquello que podemos controlar con la voluntad y la determinación, no con la esperanza, pero que es guiada en mucho por esa intuición y ese deseo de cambio. ¿Qué seríamos sin el horizonte de nuestra voz alentadora? La certeza se cifra en esa expectativa, y se concreta en la realización de nuestros actos.
Todo esto para decir brevemente que el año por terminar es también la oportunidad de valorar nuestros esfuerzos a la luz de aquello que nos propusimos cambiar. Y que nada será posible si no nos proponemos introyectar ese cambio en nosotros mismos. El cambio llegará, ten esa certeza.
Porfirio Hernández