Cultura

Carlos Olvera y Marcela del Río

El 25 de agosto de 1965, el maestro Carlos Olvera Avelar (1940-2013) puso en escena la obra “Miralina” (entonces inédita) de la dramaturga, narradora, poeta, crítica teatral e investigadora literaria Marcela del Río Reyes (1932-2022), con la Compañía de Teatro Experimental surgido de la iniciativa del grupo tunAstral. Con esa representación la compañía participó en el certamen de teatro de la Zona Centro-Oriental convocado por el entonces Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), y con la cual el maestro Olvera obtuvo el reconocimiento como mejor director de teatro de ese año.

En aquella puesta en escena participaron los actores y la actriz Beatriz Espinoza, Samuel Espejel, Alfredo Gómez, Antonio Hernández Jáuregui, Luis Ángel Sánchez y José Guadalupe Flores, quienes bajo la dirección de Olvera escenificaron el vigente drama de una mujer que, al construir su casa, está también renovando su memoria y su conciencia en torno del amor y su vida toda, a través de la mirada de cada uno de sus interlocutores, quienes la llaman por su nombre, mas no su nombre completo: Mi, Mira, Miralí… y que solo Amner, personaje que la ha observado a lo largo de la obra, logra articular del todo: Miralina. “Miralina quiere construir, construirse a sí misma mediante la percepción ajena, y nos hace una admirable descripción del ‘ser siendo’, del ser arrojado a la nada de un solar vacío, en medio del caos citadino”, escribió el gran director Juan José Gurrola (1935-2007), al conocer la obra publicada por la UNAM en 1966.

Por entonces, Marcela del Río se abría paso en el mundo de las letras, pues acababa de recibir la beca del Centro Mexicano de Escritores, además se consolidaba como profesora de crítica teatral en el INBA y como reseñista de teatro, a través de las páginas de la sección “Diorama” del periódico “Excélsior”. Para 1965, Marcela del Río ya había escrito dos de sus obras más emblemáticas: “El hijo de trapo” (1962) y “Miralina” (1962), que el maestro Olvera eligió por la vigencia de su tema y porque el certamen había sido convocado precisamente por el INBA, en cuya Escuela de Arte Teatral Del Río era profesora, aun cuando la obra sería puesta en escena también ese año por el director Fernando Wagner en el teatro El Granero.

Pasarían al menos 33 años para que “Miralina” fuera representada nuevamente, ahora en una adaptación para la radio universitaria. Sin embargo, aquella primera puesta en escena de 1965 le dio a Marcela del Río la oportunidad de ver su obra con “vida verdadera”, como la calificó en el agradecimiento que le redactara al maestro Olvera, de puño y letra, en el programa de mano de la obra.

Del Río se desempeñó desde los 18 años como actriz de teatro y televisión, pero a los 25 años decidió poner fin a su carrera en la actuación para volcarse a la dramaturgia, la dirección escénica, la crítica teatral y la cátedra, que ejerció en varias universidades de México y Estados Unidos. Especialmente, hizo la crítica teatral desde la prensa y en la academia; durante 10 años (1958-1968) mantuvo su columna “Diorama teatral” en “Excélsior” y paralelamente en las páginas de revistas especializadas, libros y conferencias e investigaciones universitarias, medios en los que vertió sus conceptos del teatro y enarboló principios estéticos que hicieran valer la importancia del papel del crítico frente a la obra de teatro: ser los ojos del teatro, para que éste supiera comprender la ruta de su tentativa artística frente al público, pues para ella “la tarea principal del crítico no sería la de indicar al espectador la manera de acercarse a las obras y normar su gusto, sino constituirse en un referente para el trabajo de los creadores”, como cita el estudioso de la obra de Del Río, Israel Franco.

Marcela del Río era, pues, exigente en su valoración de las obras representadas en escena y, desde luego, un ojo crítico que se emparentó con la mirada minuciosa y metódica del propio maestro Olvera, para quien el teatro era una realización estética y un ejercicio autorreflexivo de la sociedad misma, como lo demuestran las obras de teatro escritas por él mismo, encaminadas a exhibir los comportamientos más vulnerables de esa sociedad, bajo un código teatral siempre renovador. Aquel 25 de agosto de 1965 fue ocasión inmejorable para corroborarlo: una fructífera conexión que dio al teatro un instante de feliz realización para quienes tuvieron la oportunidad de presenciarlo.


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Porfirio Hernández
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