La escuela filosófica llamada estoicismo nació hace más de dos mil años: fue fundada por Zenón de Citio (334-262 a.C.) en Atenas, Grecia, a principios del siglo III antes de Cristo. A diferencia de la mayoría de los movimientos de pensamiento creados en la época, esta escuela se caracteriza por ser uno de los más prácticos, ya que se basa en una ética personal de beneficio colectivo.
Su carácter práctico está basado en el principio llamado “eudaimonia” o el cómo alcanzar la felicidad o la autorrealización a través de la virtud moral y la serenidad; por ende, la filosofía no puede ser solo una teoría o conjunto de postulados, sino una forma de vida diaria traducible en conductas.
Por eso hoy el auge de algunas de sus afirmaciones, que hacen sentido a quienes no están familiarizados con esta escuela. Por ejemplo, uno de sus principios consiste en entender que todo en la naturaleza humana está ligado con el mundo natural, de ahí que propone vivir de acuerdo a la razón, aceptando lo que el destino depare y tratando de eliminar las emociones negativas, como el miedo y el odio, para desarrollar las emociones positivas, como el amor y la alegría, lo que requiere mantenerse imperturbable ante los deseos y los temores que generan aquellas emociones.
La verdadera felicidad depende de nosotros, porque en nosotros está el sentido de nuestra vida y la coherencia que ha de guardar para ser en verdad un sentido propio hasta la muerte, pues los seres humanos somos finitos, certeza que no debe pasarse por alto en la construcción del sentido de nuestra vida. Eso implica reconocer cuándo no tenemos la razón y cuándo cometemos errores, pues somos seres falibles, pero somos iguales entre nosotros, lo cual condensa una cuestión mayor del estoicismo: nada es bueno ni malo: es, y depende de cada uno adoptarlo en un sentido u otro, en función de nuestras certezas y nuestro camino.
De ahí que no sea necesario sufrir por lo que no ha ocurrido, es decir, hay que desterrar la sombra de la imaginación activa que perjudique nuestra percepción del aquí y el ahora, y para ello nada mejor que el contacto con el mundo natural, espacio propicio para reconocernos como parte de un todo y para reflexionar sobre ello, pues el convencimiento de esa verdad ha de conducirnos a la coherencia vital que encuentra la persona estoica.
Muchos de nosotros encontramos nuestra realización en el trabajo: hay que hacerlo con eficacia, evitar el extravío y valorar lo que hacemos y el beneficio social que representa, pues el solo trabajar para uno mismo sin la conciencia de la colectividad será satisfacción incompleta, pues vivimos en colectividad y para cada uno la relación social es relevante e indispensable en grado distinto.
Otra convicción del estoicismo es cuán poco necesitamos para vivir: tenemos mucho más de lo que necesitamos, hacemos y decimos más de lo necesario. Cuestionarnos esto, nos permitiría disponer de más tiempo para lo que es esencial y da más tranquilidad.
Finalmente: abraza tu destino; hay situaciones y factores que no dependen de nosotros; por ende, hay cosas que no salen como uno quisiera, lo cual no significa que las hagamos mal, al contrario, en cada situación insatisfactoria hay una enseñanza que debemos aprender. No desaprovechemos las experiencias.