La violencia es una realidad triste en nuestro mundo, en nuestro país y en nuestras comunidades, como lo constatamos diariamente por las noticias de conflictos bélicos, crimen organizado y delincuencia en general. A veces es muy cercana y nos toca incluso directamente. Las causas de la violencia son variadas, se puede dar por motivos económicos, por adquirir o conservar el poder en diversos ámbitos, por obtener algún bien no solo material, por motivos pasionales, ideológicos e incluso religiosos, en fin, por muchas razones o sinrazones.
Desde el punto de vista social la violencia se opone al desarrollo de los pueblos, como lo mencionaba Benedicto XVI, que en su encíclica “Caritas in veritate” ponía el acento en la violencia fundamentalista: “La violencia frena el desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor bienestar socioeconómico y espiritual. Esto ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista, que causa dolor, devastación y muerte, bloquea el diálogo entre las naciones y desvía grandes recursos de su empleo pacífico y civil”.
Al hablar del fanatismo religioso, el pontífice señalaba también el problema de la promoción del indiferentismo y del ateísmo práctico: “No obstante, se ha de añadir que, además del fanatismo religioso que impide el ejercicio del derecho a la libertad de religión en algunos ambientes, también la promoción programada de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países contrasta con las necesidades del desarrollo de los pueblos, sustrayéndoles bienes espirituales y humanos”.
El pontífice por lo tanto critica tanto un extremo como el otro, que finalmente resultan en la imposibilidad de un desarrollo integral. La idea no es que haya que hacer que un ateo se convierta en creyente por la fuerza, sino de que el Estado no puede promoverlo ya que de ese modo se les sustraen bienes espirituales y humanos a los ciudadanos. Añade: “Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral…”
Se puede notar cómo Benedicto XVI consideraba que el ser humano posee una naturaleza destinada a trascenderse. Por eso hablaba también del daño que sufre el desarrollo auténtico cuando el ‘superdesarrollo’ (se entiende económico y tecnológico) va acompañado de ‘subdesarrollo moral’.