El 5 de octubre de 1995, en Nueva York, Juan Pablo II, en uno de sus viajes apostólicos, dirigió un discurso a la quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas. En las circunstancias actuales podría ser provechoso recordar algunas de las ideas principales que este pontífice quiso compartir en aquella ocasión. En su saludo decía que para él era un honor la oportunidad de hablar, en cierta forma, “a toda la familia de los pueblos de la tierra”.
El pontífice notaba que él y los presentes eran testigos de un aumento global de la búsqueda de libertad y señalaba que ésta es una de las “grandes dinámicas de la historia del hombre”. Veía que, en muchos lugares, a pesar de las amenazas de violencia, las personas afrontaban el riesgo de la libertad y pedían el reconocimiento de un espacio en la vida social, política y económica. Recordaba entonces que “fue precisamente la barbarie cometida contra la dignidad humana lo que llevó a la Organización de las Naciones Unidas a formular, apenas tres años después de su constitución, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre…”.
En este punto, Juan Pablo II quiere fijar la atención en lo que denomina la “estructura interior de este movimiento mundial”. Esto significa que no quiere simplemente constatar los hechos, sino que trata de encontrar la explicación de fondo de los mismos y propone una “clave” que encuentra en el carácter planetario de la búsqueda de libertad una muestra del carácter universal de tales derechos humanos: “Existen realmente unos derechos humanos universales, enraizados en la naturaleza de la persona, en los cuales se reflejan las exigencias objetivas e imprescindibles de una ley moral universal”.
Los derechos humanos nos refieren a cosas importantes de la vida de cada persona y de cada grupo humano, recordando además que no vivimos en un mundo irracional o sin sentido, ya que existe una lógica moral que “hace posible el diálogo entre los hombres y los pueblos”. Lo que preocupaba a Juan Pablo II era que algunos negaran la universalidad de los derechos humanos y que se niegue que haya una naturaleza humana común a todos.
El peligro que amenazaba los derechos humanos, a mi parecer, sigue vigente pero ahora no solamente porque se niegue su universalidad, sino porque se quiere integrar a la lista de los derechos humanos tendencias e intereses que no corresponden propiamente a lo que estos derechos han expresado. No cualquier deseo, por bueno que pudiera parecer a algunos, ha de entrar al catálogo de los derechos humanos.