El peligro más inminente para las humanidades, decía Heidegger, es el llamado a la productividad. Para ese pensador, calificar el trabajo de quienes se dedican a esta área del conocimiento, con criterios basados en la cantidad o productividad, equivale a calificar a un pez por el tiempo que sobrevive fuera del agua: es valorar a las humanidades por la forma en que se comportan fuera de su elemento.
En ese tenor, no recuerdo ya el nombre de un individuo que abiertamente presumía tener más de 30 libros, y a continuación agregaba: “y todos son una porquería”. Entre la honestidad y el descaro, aquel individuo había entendido muy bien los nuevos parámetros para calificar las humanidades: producir más.
Otra debe ser la labor de las humanidades. Éstas no están llamadas a talar bosques para fabricar papel y escribir trivialidades. La labor de pensar no requiere grandes cantidades de papel, como bien lo supieron Heráclito, Parménides o Sócrates: ellos no hubieran pertenecido al mundo contemporáneo de la academia.
La labor de las humanidades es la Paideia: establecer los ideales de la educación y educar al pueblo, ante todo, en la sensibilidad y en los valores éticos del respeto a la vida. Para ello no hace falta “producir” grandes cantidades de libros o artículos, sino escribir aquellos que una decide con la honesta convicción de poder aportar algo al lector con respeto y dedicación.
La cantidad no siempre está peleada con la calidad, pero la clave radica en lo que motiva a una persona a escribir. Hace algunos años, siendo estudiante de posgrado, sugerí a un profesor trabajar nuestros escritos de un año y reunirlos en un libro. Su respuesta me dejó helada: “Pero eso no da puntos”. Quien cae en esos parámetros pone la soga al cuello de su propia creatividad.
La única salida para quienes nos dedicamos a la docencia y la investigación es trabajar en aquello que nos apasiona y aceptar el veredicto de quienes nos califican. Los artículos en periódicos “no dan puntos”, pero uno de los privilegios más grandes de mi vida ha sido compartir con mis lectores una reflexión semanal.
No da puntos, da vida. Eso, es lo que vale la pena buscar.