Estados Unidos es el principal importador del mundo. El principal comprador, el principal mercado del mundo. Una tercera parte 33 de lo producido en el resto del mundo lo consume ese país. Sin un ingreso creciendo al mismo ritmo que sus compras, que su consumo, se ha tenido qué endeudar cada vez más. La deuda publica por habitante en Estados Unidos ha crecido a una tasa del 5 por ciento anual desde 2001. La deuda publica con respecto al PIB es de casi un 120 por ciento, mientras que la deuda privada supera el 200 por ciento del PIB. En contraste, la deuda pública con respecto al PIB en México es del 51.4 por ciento, y la deuda privada el 55 por ciento. De por sí, históricamente Estados Unidos ha manejado niveles altos de deuda con respecto al PIB en comparación con la media del resto del mundo. Pero cruzó la línea de endeudarse más allá de su ingreso hace 10 años aproximadamente, sin poder regresar a niveles por debajo de esa línea. Sus niveles de endeudamiento actuales con relación a su PIB solamente los observamos en la segunda guerra mundial. El consumo, que es la punta de lanza de su crecimiento, inducido a propósito diría yo, en una sociedad a donde se inventa el consumo y la necesidad por bienes innecesarios, tiene que parar para des-presurizar a la economía de su deuda.
Donald Trump no tiene opción. Desmenuzando los componentes de la demanda agregada y su financiamiento, sabe que uno de los componentes de su deuda es su déficit comercial. Ha escogido las tarifas como su jinete del Apocalipsis, apostándole a que éstas contribuirán a una mayor inversión y empleo en su país de parte de sus proveedores, principalmente las empresas estadounidenses instaladas fuera de sus fronteras. Pero, aunque efectivamente fuera este el resultado en el mediano y largo plazo, está sucediendo lo inevitable, como toda crisis: su inevitable corrección de deuda, está llevando a una contracción en su mercado y por ende en cada una de las economías que le vende, que por pequeña que sea en términos porcentuales, nos llevará inevitablemente a una recesión mundial tan profundan como a donde nos lleve nuestro nivel de globalización, de interdependencia.
A México, aunque nos hayamos salvado mayoritariamente de la ola tarifaria, la contracción en la demanda Estadounidense que nos afectará será principalmente la de la industria de automóviles. Basta con que ésta demanda se contraiga en un 10 por ciento, por ejemplo, para que nuestros ingresos por exportaciones en este rubro afecten nuestro PIB en alrededor de un punto y medio porcentual, certeris paribus (1) . El segundo efecto adverso es el posible retiro de plantas productoras estadounidenses de nuestro país.
Es ahí donde la aceleración del Plan México resulta necesaria, con énfasis en el sector construcción principalmente, que contra-reste la posible pérdida de empleos en el sector automotriz. En su objetivo original, se trata de fortalecer el mercado interno, de producir mas para nuestro mercado, en lugar de importarlo, lo cuál siempre tiene qué ser visto como una oportunidad de gran calidad, toda vez que, de poderse lograr, generará ingresos permanentes, más resilientes a las viscisitudes del mundo exterior, como la que estamos viviendo.
(1) Nuestras exportaciones son casi el 50 por ciento de nuestro PIB, de las cuales el 30 por ciento son automóviles.