La barbarie y el salvajismo ocurridos en el estadio La Corregidora de Querétaro y en el “paredón” de San José de Gracia, Michoacán, nos lleva a un mismo lugar: el encono y el odio acendrado.
Cada segundo, minutos y horas de todos los días, la violencia verbal y física es la constante en el país. La violencia, la sangre, la persecución y la sed de muerte se observaron en los pasillos, graderías y túneles del estadio de futbol el sábado pasado.
Se trata de las mismas imágenes de la tragedia cotidiana en las ciudades, pueblos, comunidades indígenas, centros urbanos y en sitios turísticos.
Ríos de sangre, estelas de muerte, vendettas, violencia, crímenes, feminicidios, homicidios dolosos, desmembrados, “levantados”, asaltos en el transporte, asesinatos de periodistas, discursos de odio y persecución, son hoy parte de la vida diaria de la tragedia mexicana.
“Algunos” periodistas “mercenarios”, dice Mario Delgado en el discurso de “izquierda”. La expresión más acabada del deterioro, del Estado fallido, es el fusilamiento de 17 personas ocurrido hace un par de semanas en Michoacán.
Y el modelo se repite en todos los rincones de la nación: en los trabajos, las escuelas, los hogares, en los gobiernos y en las empresas.
En México hoy la vida no vale nada, como en la letra de la canción machista de José Alfredo Jiménez, sin equivocación, para su natal Guanajuato, vaticinio extendido a todo el país.
Impera hoy la violencia y la ley del más fuerte, desde el ejercicio del poder, los grupos criminales, los policías y los funcionarios públicos corruptos, en un país donde caen las instituciones, desaparece el Estado y las leyes son letra muerta.
La delincuencia se apodera de todos los espacios públicos: carreteras, pueblos, corporaciones policiales, economías regionales. Intimida e influye de las elecciones constitucionales.
Hackea cuentas, roba identidades, extorsiona, asalta a cuentahabientes, secuestra, gobierna las cárceles, despoja de celulares y bienes a usuarios del transporte, roba autopartes, le quita la vida a las mujeres y decide quién debe morir.
Cada golpe salvaje propinado a personas inermes ocurridas en el estadio La Corregidora, cada mancha de sangre, los golpes de odio y rencor fanáticos, con saña; fue una acción repetida, pues ocurre a diario en los barrios, colonias, municipios y estados.
Pablo Ruiz