Tiene mucha razón Geofferey Klempner al señalar que cada vez que enfrentamos un dilema ético “la dificultad surge de la naturaleza de la situación que estamos encarando, más que de la pérdida de la sabiduría o del conocimiento ético”. Así, más que un extravío respecto a los deberes éticos que han venido guiando nuestras vidas, la situación nos confronta con “la debilidad de la fuerza de voluntad. Sabes lo que debes hacer, pero te niegas a hacer de tripas corazón y tragarte lo que venga”.
La decisión de López Obrador de liberar a Ovidio Guzmán sorteó los dos señalamientos de Klempner: actuó movido por una racionalidad ética utilitarista y, a la vez, tuvo la fuerza de voluntad para hacer de tripas corazón y aguantar lo que vendría liberando al malandrín. Quien crea que la situación estaba clara, se equivoca rotundamente. Me explico.
A decir del filósofo James Rachels, el utilitarismo clásico “se resume en tres proposiciones: primera, las acciones se juzgan como correctas o incorrectas solamente en virtud de sus consecuencias. No importa nada más. Segunda, al evaluar las consecuencias, lo único que cuenta es la cantidad de felicidad o infelicidad que se crea. Todo lo demás es irrelevante. Tercera, la felicidad de cada persona cuenta por igual”.
Ante las dramáticas circunstancias vividas en Culiacán, lo éticamente correcto era: evitar el daño al mayor número de inocentes; recuperar la calma en la ciudad; y, más allá de la felicidad del agente decisor, asegurar la de todos los afectados.
Desde esta lógica utilitarista, AMLO resolvió el dilema de una manera éticamente correcta, pero, a posteriori, cuando el daño estaba hecho, cuando la ciudad humeaba, cuando ya olía a muerte. En cambio, desde una lógica de la responsabilidad atribucional, por su investidura, el Presidente y su Gabinete de Seguridad, más que vanagloriarse por su humanismo, deberían responsabilizarse por haber arriesgado una ciudad entera desplegando una misión militar improvisada, errática y extremadamente peligrosa. Cierto, se evitó la muerte de inocentes, pero antes se arriesgó la vida de miles.
Si de veras, como dijo López Obrador en Oaxaca, la filosofía del gobierno busca “la paz, la tranquilidad, no la discordia, no el odio, no la violencia, la hermandad, el amor al prójimo”, debe dejarse de fuchis y guácalas y otras trivializaciones ramplonas, y, cuanto antes, presentar una estrategia sólida y contundente que además de devolvernos la tranquilidad, impida que los malandros nos pongan de rodillas.