Imagine que desde hace tiempo usted se topa con un niño que pide limosna en un crucero. En tres ocasiones le dio las monedas que bailaban en el cenicero del coche, pero este día decidió ir a más regalándole un boleto del Sorteo Tec que compró con la esperanza de hacerse de la casa Áureo.
Esta última acción está en contraesquina de la tacañería, pero próxima al autointerés, la generosidad o la gratuidad, las cuales difieren entre sí.
Quien actúa movido por el autointerés podría entregar el boleto a la voz de: “Te lo regalo y si resulta premiado repartimos en partes iguales la ganancia”. Esta forma de razonamiento es la que mueve el mercado: doy algo a cambio de otra cosa que considero valiosa y digna de un pago.
Por el contrario, quien actúa por generosidad regalaría el boleto motivado por una forma de desprendimiento y esplendidez que no riñe con la condicionalidad. En este caso se regalaría el boleto tras la siguiente advertencia: “Si te lo ganas, a mí no me des nada, pero deberás ayudar a alguien que, como tú, necesita ayuda”. En este caso, el obsequio fue honesto, pero llevaba una doble intención: te ayudo, porque puedo hacerlo, pero lo hago siempre y cuando ayudes a alguien más.
La gratuidad actúa de manera distinta. Entendida como valor moral, la gratuidad brota y se da fuera de los cálculos racionales, porque no responde al interés, es decir, se da sin segundas intenciones, sin esperar nada a cambio, mucho menos a la espera de que lo dado sea compensado de alguna forma. Desde esta lógica, el boleto se entregaría diciendo: “Haz lo que desees con lo que obtengas, porque es tuyo; lo dado es dado”.
Dicho en palabras de Francesc Torralba, la gratuidad es el fruto genuino de la libertad. Fuera de la jaula del ego, quien da es capaz de brindar algo a otro sin reservas, cumpliendo con ello una forma de deber autoimpuesto que busca el bien y realización plena del prójimo, encarnando dicho valor como el “don puro que nada espera y que experimenta su máxima plenitud en el mero acto de dar”.
En suma, quien da sin esperar nada a cambio, quien entrega sin cálculo alguno, no actúa como poeta, místico o santo, sino como alguien que es capaz de ver a otro ser humano como objeto de un amor incondicional.