Hace más de dos mil años, Aristóteles dijo que la felicidad consiste en tener un buen carácter y una pizca de suerte. Más allá de su claridad, esta máxima ética me sigue pareciendo controvertida. Me explico.
En el paradigma aristotélico el fin de la vida humana es la felicidad, misma que se alcanza actuando conforme a la virtud, es decir, de manera prudencial. Quien actúa de esta forma no es una persona cobarde ni temeraria, sino valiente; no es tacaña ni despilfarradora, sino generosa; no es workahólica ni perezosa, sino laboriosa. En ese sentido, podemos decir que a su actuar no le sobra ni le falta nada, porque se ubica en el justo medio, es decir, en el lugar donde habitan y florecen las virtudes.
Sin embargo, hay ocasiones en que esas mismas personas se topan de frente con la mala suerte, haciendo que su vida se vuelva infeliz. Una enfermedad repentina, estar en el lugar equivocado, un tropiezo, un descuido cambian radicalmente el escenario. Con todo, esto último no significa que no valga la pena actuar de manera virtuosa, porque la buena y mala fortuna le sonríen a justos e injustos.
Traigo a cuento este asunto de la felicidad, porque navegando la página del World Happiness Reportvi, vi que este 2022 México ocupó el lugar 43 de los 146 países encuestados. Con sus más y sus menos, como dice el reporte, las y los mexicanos creemos que nuestra vida no es infeliz, porque disfrutamos de cierto bienestar material y nuestras emociones positivas superan a las negativas, es decir, vemos el vaso medio lleno.
Dicha actitud no es una forma de autoengaño, sino una estrategia que hemos venido utilizando en México para sobrellevar, sin mayor drama, nuestra rarísima y desafortunada realidad.
Esto último es relativamente sencillo de comprobar. Basta hablar conun amigo o familiar que viva en un estado de la República tomado por el narco, para comprobar que ni los toques de queda, bloqueos de calles, el pago por derecho de piso —y demás atrocidades que forman parte de esa realidad distópica– han impedido que siga viendo el vaso medio lleno.
Más allá de lo dicho por Aristóteles, esta forma de ver y entender las posibilidades de ser feliz resulta muy mexicana.
Pablo Ayala