La punta de un florete atraviesa, entre borbotones de sangre, el cuello del joven espía turco que trabaja para el embajador del Imperio Otomano en París. No puede hacer nada, trata de defenderse, pero la eficacia y crueldad de los guardias de Luis XIV es brutal.
Hamtle, nombre del soplón, momentos antes de su muerte encontró ocultas en lo más profundo del Jardín Real de Versalles, una decena de matas de café. Cuando las quiso destruir, la escuadra de mosqueteros que custodiaban los campos se lo impidió con una certera estocada en la yugular. Moribundo, con su último aliento confirmó que los galos fueron los culpables de la sustracción de estas plantas del mundo árabe.
El Rey Sol, enterado de lo sucedido y con la certidumbre del riesgo diplomático que esto implica, además del peligro de perder el preciado tesoro botánico, ordena al oficial Gabriel de Clieu embarcarse de inmediato a cualquiera de las colonias francesas en América. Le manda llevar consigo las pocas plantas de café que habían podido reproducir en tierras europeas.
Poco tiempo después, un galeón solitario con bandera holandesa surca el Atlántico, su rumbo es hacia las colonias del norte del continente americano, eludiendo la armada otomana. A mitad del océano, el contramaestre vira el timón a babor, y con corrientes en contra, dirige la embarcación al sur con trayectoria a Las Antillas.
Las acciones de evasión cuestan al navío por lo menos un mes de retraso. Por este motivo, el capitán del barco ordena racionar los víveres y el agua para lo más elemental. De Clieu se preocupa al ver secarse las plantas después de dos semanas sin el vital líquido. Decide sin más, compartir su ración con los cafetos.
Transcurridos los días, en medio de la nada y de la desesperación; el agua y los alimentos escasean. Gabriel de Clieu riega los cafetos, un día con el agua que a él le corresponde y el siguiente la consume para no morir deshidratado. Entre tanto, los demás marineros lo observan recelosos con miedo de que se les pida su ración para cumplir la misión real.
Sin una gota de agua que tomar y con las plantas a punto de morir, arribaron a la Isla de la Martinica, departamento de ultramar de Francia. Por supuesto, lo primero que hizo de Clieu al atracar en San Pierre y pisar tierra firme, fue encontrar agua para hidratar a las plantas, incluso antes que a él mismo.
Unos años después, La Martinica es poblada por más de 50 mil matas. El café encontró en las faldas tropicales del volcán Monte Pelée, un hábitat propio para desarrollarse, mucho más apto que su natal Etiopía.