En 1955 las mujeres votan por primera vez en México. Han tenido que pasar 69 años, de subida, a la intemperie y en las circunstancias más adversas, para que hoy la mujer mexicana finalmente alcance el máximo nivel de la política y del poder.
Y, por lo visto, esta realidad de nado contra la corriente no es privativa de nuestro país: en pleno 2024, en todo el planeta apenas suman 27 jefas de Estado o de gobierno. Serán 28 a partir del 1 de octubre próximo.
De ellas, cinco en América: Barbados, Honduras, Trinidad y Tobago, Perú y ahora México. Estos datos, nada más para dimensionar el reto y el logro alcanzado por una candidata, por las mujeres mexicanas y por nuestra democracia.
Con admiración siempre vimos en los libros o a lo lejos a las gobernantes de otras naciones: a la primera ministra de India, Indira Gandhi; a la ex primera ministra de Israel, Golda Meir; a Margaret Thatcher, ex primera ministra de Reino Unido; o más recientemente a Ángela Merkel, la ex canciller alemana, y a Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile. Hoy no vemos más esas historias a la distancia: hoy comenzamos a formar parte de ellas.
En una rápida línea mexicana de tiempo, para poner las cosas en contexto, debemos citar cinco nombres fundamentales: Aurora Jiménez Quevedo fue la primera diputada federal por Baja California en 1954; Alicia Arellano Tapia y María Lavalle Urbina, representando a Campeche, fueron en 1964 las primeras senadoras de nuestra historia. Griselda Álvarez se convierte en 1979 en la primera gobernadora (de Colima); y en 1982, Rosario Ibarra es la primera candidata presidencial registrada. El sexto nombre, histórico desde hoy por razones que estamos sustentando, es el de Claudia Sheinbaum, quien con una estimación de entre 58.3 y 60.7 por ciento en el conteo rápido al corte de la medianoche, será la primera presidenta en los 200 años de historia que tenemos como México independiente.
Palabras clave
Que con Claudia Sheinbaum le vaya muy bien a todo México, en principio, por ese simple hecho, por ser mujer. Que a partir de hoy resabios y fobias queden atrás. Que quienes la apoyaron y quienes no se sumen a remar juntos en una misma dirección. Con entusiasmo y, sobre todo, con esa madurez democrática que exige además de reconocer, respaldar. Porque México, al final, es un solo barco. Inmenso, poderoso, que merece buena mar y mejores vientos.