Hoy 17 de mayo, en ocasión del día internacional de la lucha contra la homofobia, la bifobia y la transfobia, es una ocasión oportuna para reflexionar sobre los derechos humanos de estos grupos que, si bien hemos avanzado mucho en ello, falta aún demasiado por hacer en términos de inclusión, empatía, respeto, tolerancia y visibilidad.
Por una parte, es loable que haya sido la misma Organización Mundial de la Salud un 17 de mayo de 1990 cuando en la Asamblea General tomó la decisión de eliminar a la homosexualidad como enfermedad mental y coordinar las acciones para evitar todo tipo de discriminación contra homosexuales, bisexuales y transexuales (la comunidad LGBTTQ+), aunque por otro lado es insuficiente que sea solo un día del año cuando recordamos que los integrantes de este grupo son, ante todo, seres humanos.
Quienes, por razones personales, familiares o profesionales conocemos desde dentro las causas y la lucha de estos grupos mal llamados minoritarios, sabemos que hemos ganado mucho en la visibilidad y defensa de sus derechos humanos, aunque para ser honestos, en pleno siglo 21 año 2021 en un mundo global, aún vivimos en medio de estigmas, discriminación, rechazo, ignorancia y falta de información.
Alguna vez platicaba con mi hijo que ha sido un gran maestro en estos temas y me ha enseñado paso a paso lo que gira alrededor de este fascinante mundo y cuando discutíamos hace muchos años, lo que quienes ignoramos la realidad y no tenemos información solemos preguntar si esa condición se elige, a lo que contundentemente me respondió: “como crees papá, tú crees que alguien elegiría una circunstancia por la que en algunos países te matan”.
En ese momento cuando él apenas tendría unos 14 años, me propuse estudiar sobre el tema y la vida misma me ha llevado a tratar a personas en esa condición que además padecen de adicciones, descubriendo la gran humanidad que existe en cada una de ellas y ellos, además del sufrimiento propio de la discriminación o el rechazo que muchas veces inicia con la misma familia.
En efecto las campañas por la defensa de los derechos de ellas y ellos deberían comenzar adentro de los núcleos familiares que es paradójicamente el grupo donde deberían encontrar amor, apoyo y compresión y muchas veces es donde nace el rechazo y la discriminación o la incomprensión.
Por mi profesión y por mi historia de vida he conocido casos donde el padre o la madre son los primeros que rechazan al hijo o a la hija cuando decide expresar su realidad, con lo que nacen una serie de daños y heridas que suelen llevar a la persona a la búsqueda de salidas falsas que llegan ocasionalmente a finales dramáticos.
Afortunadamente también he conocido la parte amable de los grupos de ayuda mutua, las comunidades terapéuticas y las organizaciones de contención de la comunidad LGBTTQ+ en donde una vez escuché a la valiente madre de un hijo trans regalar su testimonio y finalizar su intervención diciendo: “como madre he podido trascender los temas relacionados a los estigmas y enfocarme en que mi hijo es un ser humano y un alma noble que merece respeto y amor absoluto”.
Dejar de estigmatizar, de etiquetar o de juzgar a las personas por su identidad de género, su orientación sexual o su sexualidad, para verlos como seres humanos es un principio básico del respeto a todos sus derechos.
Ha sido un gran avance admitir que no estamos hablando de una enfermedad, sino de una condición respetable, así como la de lograr avances reales como en la Ciudad de México con la prohibición y penalización de las terapias de conversión o Ecosig (Esfuerzos para corregir la orientación sexual y la identidad de género), con lo que se hace un llamado de alerta a los terapeutas que sin conocimiento de causa y emitiendo juicios de valor, rompen las normas básicas de la ética para tratar este tipo de pacientes.
Falta mucho por hacer, así que reflexionemos, avancemos en la tolerancia y la inclusión, viviendo la vida en paz como soñaba John Lennon y transitando de la fobia irracional al amor incondicional.
Omar Cervantes Rodríguez