Cultura

El otro saqueo

  • Fuera de Registro
  • El otro saqueo
  • Nicolás Alvarado

Debes estar feliz con lo que está pasando en las redes con el tema de los saqueos”, fue la ofrenda verbal que me trajo el rey mago en las primeras horas del 6 de enero. “La realidad está dándote la razón.” En efecto, llevo ya varios meses ocupándome del peligro que representan unas redes sociales ajenas a cualquier proceso de rendición de cuentas, abusadas en tanto vehículo de agitpropaganda para servir a intereses particulares, capitalizado su efecto multiplicador merced a la generación de bots que permiten la proliferación exponencial de mensajes que no buscan sino hacer daño político —ora a uno, ora a todos—, aprovechados no sólo el anonimato sino la irrastreabilidad que ofrecen para que lo que desde ellas puede perpetrarse permanezca impune. Lo señalé a propósito de las amenazas e insultos proferidos a dos figuras públicas —Ana Guevara y María Barracuda— que se vieron obligadas a doler por injurias públicas y mensajes intimidatorios cuando todavía no se recuperaban de los golpes físicos que recibieran. Lo señalé a propósito de Donald Trump, quien hiciera y sigue haciendo de Twitter su principal arma de descrédito e intimidación política, pero también de los tantos que no hacen sino exacerbar el clima de intolerancia por él promovido al pagarle con la misma moneda y cubrirlo de burlas, agresiones y hasta amenazas de muerte por esa misma vía. Pero no lo señalé —o cuando menos no de manera del todo explícita—, es cierto, a propósito del linchamiento en redes sociales del que yo mismo fuera objeto a fines de agosto pasado, a la luz de la publicación de una entrega de esta columna en la que hiciera yo mofa en términos políticamente incorrectos y acaso impertinentes, un poco de un cantante entonces recientemente muerto pero sobre todo de mí mismo y de los prejuicios que acaso me impidan disfrutar de su obra. Vale reabrir el expediente hoy, no tanto a guisa de una defensa que ya no me sirve de mucho sino de ejemplo.

Dado que nunca he participado de redes sociales, los textos que publico suelen ser objeto de poca actividad en ellas. Concedo que el de marras acusaba características intrínsecas —la relevancia coyuntural del tema, un tono provocador, ideas y lenguaje potencialmente controversiales— que de manera retrospectiva me hacen comprender que se alterara ese patrón… un poco. De ahí a los 10 millones de mensajes que arrojara, y que le valieran posicionar mi persona como el trending topic número uno en el día mismo en que Trump llegaba en visita oficial a México, hay un abismo que sólo puede ser explicado mediante el recurso a bots, es decir a mensajes generados desde una plétora de cuentas anónimas, con pocos seguidores y de reciente creación —detecté muchas—, a todas luces diseñadas para engrosar el timeline del hashtag asociado a mi nombre y generar un efecto potenciador. Es sabido que entonces era yo funcionario público, y que lo era como director de una dependencia complicada de una institución compleja. Es sabido que, desde mi ingreso a dicha dependencia, había sido objeto de un golpeteo mediático antes siquiera de dar tiempo a que mi desempeño lo ameritara o no. No extrañe entonces mi sospecha de que la andanada digital en mi contra respondiera a una estrategia orquestada para afectar mi imagen pública y obligarme a renunciar al cargo. ¿Fue así? Y, en caso afirmativo, ¿quién la orquestó? Nunca lo sabremos dado que, aun si lograra identificar todos los bots, y aun cuando Twitter y Facebook accedieran a compartir información sobre esas cuentas, a lo más que podría llegar sería a conocer los IPs desde los cuales fueron emitidos esos mensajes, un buen número de los cuales muy probablemente conducirían a misteriosas empresas allende el territorio nacional o a inocuos cafés internet.

Eso, en términos sociales, importa poco: una televisora se quedó unos meses sin director y un ciudadano se quedó sin empleo. Ni modo. Lo que no importa poco es la reciente campaña en redes a la luz del aumento de precio de la gasolina, que redundara en saqueos reales de establecimientos comerciales —claros delitos— y en una inestabilidad social que a todos afecta en lo político y en lo económico. Ante la relevancia de los hechos, la Unidad de Ciberdelincuencia Preventiva de la Secretaría de Seguridad Pública admitió la orquestación de una campaña de bots (qué sorpresa) pero también que hasta el momento no es posible identificar a los perpetradores de ésta ya que para ello sería menester “tener acceso a la base de datos de Twitter para conocer las direcciones IP”. Permítaseme sospechar que, aun cuando esta empresa proveyera esa información, nos quedaríamos igual, es decir expuestos y en la impunidad.

No, no estoy feliz. Estoy preocupado. Y no sólo por mí.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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