A propósito de Semana Santa y para seguir con temas que me parecen más relevantes que la política en estos momentos, no quiero perder la oportunidad de compartirles mi sentir sobre estos días, el viernes santo que nos muestra el dolor tanto físico por la crucifixión como emocional por la traición que vivió este personaje enigmático que para los creyentes es nuestro Dios hecho hombre y para los que no son creyentes de cualquier modo es un hombre que vivió hace 2024 años y que aún se sigue hablando de él y eso lo hace especial desde los ojos que se vean.
El viernes santo nos recuerda la parte humana del dolor, sufrimiento, nostalgia, traición, la injusticia, envidia, nuestros pecados, quizás la peor versión de cada uno de nosotros y nos muestra el sufrimiento que causan todas esas acciones a la humanidad en un solo hombre personificado.
Por otro lado al pasar las horas de este suceso viene el domingo de resurrección, la mejor versión de estar vivos, saber que la vida se trata de conversión y de evolución, de entender que la mejor forma de trascender es permitirnos mostrar nuestra mejor versión como seres humanos y que esto nos lleve a poder ser capaces de ver la misma bondad en los demás.
Siempre he pensado que la Semana Santa o la Cuaresma no se trata de un sacrificio físico, sino de uno espiritual. Recuerdo en primaria un viernes de Cuaresma haber llevado un sándwich de jamón y escuchar a mis amigas vociferando por qué no cumplía el reglamento de no comer carne los viernes, yo me lo comí por qué me parecía más pecado desperdiciar comida y peor aún tirar un sándwich que con tanto amor me había preparado mi mamá, la cuaresma es un recordatorio de que siempre es buen momento para volver a empezar a ser mejores personas, que nunca es tarde para vivir esa resurrección del alma y que el mundo no necesita sacrificios para mejorar sino amor, bondad, empatía, comprensión, inclusión, generosidad y un sentimiento colectivo que se convierta en acciones de querer ser mejores cada día.