Por estos días se ha vuelto casi un deporte señalar lo que estaríamos haciendo tal o cual día si la pandemia no hubiera venido a trazar un nuevo horizonte. “Esta semana estaría en Cancún”, “Mañana sería mi ceremonia de graduación” u “Hoy teníamos prevista la reunión anual de la empresa” se escucha aquí y allá como si se tratara de efemérides de lo imposible.
Mucho nos habíamos dolido del perfil de la denominada generación de los millennials, pero parece que fueron diseñados precisamente para afrontar el más duro embate de nuestros tiempos. Disfrutar de la compañía en modo virtual, no aferrarse a su lugar de trabajo, no trazarse un plan de vida y carrera de tipo clásico, darle poca importancia al ceremonial, todos rasgos distintivos que nos parecían inoperantes para que cumplieran con nuestro proyecto de ser el relevo laboral del país y que hoy se convierten en asideros para la salud mental que los mayores estamos tratando de copiarles. En una situación en la que todo está prendido con alfileres resulta que son los amos del alfiletero y con él de la flexibilidad de miras, de la disposición a no repetir patrones, ni a construir un mundo de acuerdo con un proyecto fijo, sino a descubrir rutas y andarlas como se vayan presentando sin que eso les parezca lamentable.
Una actitud así va a ser necesaria no solo en la vida personal, sino como nación. En general, un gobierno recibe un país como si fuera el gato en la caja de Shrödinger. Pero en este caso no es la observación la que transforma el estado del gato, sino el contexto en el que el gobierno habrá de ocurrir. Quizá, para las ciencias sociales sea más adecuado expresarlo parafraseando a Ortega y Gasset: un gobierno recibe a un país y a su circunstancia.
Entonces, ni la actitud baby boomer de arreglar todo a punta de decretos, ni la de la generación X de buscar datos, trazar planes y monitorearlos nos va a sacar adelante. Resolver problemas como millennials es lo de hoy.
Politóloga* [email protected]