Las guerras dañan tantas cosas. Hieren incluso a otras luchas. La novedad del bombardeo de hoy arroja un velo de displicencia no solo sobre los otros conflictos armados, sino sobre todas las otras causas que deberían comprometernos y que quedan en pausa.
Tras la histórica movilización feminista desplegada el 8 y 9 de marzo de 2020 –el primer día para salir, el segundo para hacer evidente nuestra ausencia– cuando las condiciones estaban dadas para tomar las calles, pero también los debates, las conversaciones y, sobre todo, las conciencias, una impredecible circunstancia expulsó de las primeras planas y de la opinión pública la bandera del feminismo, para abrir paso al, hasta hace muy poco tiempo, omnipresente asunto de la pandemia de covid-19.
Los albores de este año parecían tener tonalidades moradas de nuevo. No solo se trataba de menos restricciones y con ello nuevas posibilidades de alzar la voz, reagruparse y reconocerse. Se había creado poco a poco también un nuevo silencio en el Babel de la opinión pública. En fin, un territorio fértil se presentaba para volver a posicionar la urgencia de desterrar las múltiples violencias que se ejercen sobre las mujeres.
Pero antes de que ese tema pudiera ganar la centralidad que merece en el debate público la guerra hizo su aparición. Los tanques traspasando fronteras, las poblaciones desplazadas, el dolor del fracaso de la diplomacia. Y aunque parece que hablamos de otra cosa, en realidad hablamos de lo mismo; el ardid bélico es la máxima expresión de la falocracia que busca ocultar a través de la fuerza sus inseguridades. El enemigo sigue allí, en Europa del Este o en Ciudad Juárez; colonizando territorios o apropiándose de cuerpos. Mandando siempre el mismo mensaje: la fuerza es la única ley.
Ahora, la cobertura noticiosa que genera, los espacios conversacionales de los que se adueña, le servirán una vez más para acallar las voces que piden respuesta a la venta de niñas, a las violaciones, a los feminicidios, a las desigualdades laborales, a la cancelación de oportunidades que tiene como única explicación el género. Por eso, ponerlo en evidencia y exigir justicia es también una búsqueda de paz.
*Miriam Hinojosa Dieck
Politóloga* [email protected]