A escasas dos semanas de verificarse la consulta llamada de “revocación” de mandato, aún no parece brotar el entusiasmo por participar. En lo personal estoy a favor de los instrumentos de participación ciudadana (que aún son incipientes en México), sin embargo en este caso tomemos en cuenta que han surgido puntos de vista tan encontrados que la primera pregunta que se hacen los ciudadanos es si vale la pena concurrir a las urnas en esa fecha que coincidentemente es también el inicio de la Semana Santa, así como las dudas en torno a si un sufragio a favor o en contra realmente sería efectivo. Ha sido tanta la vehemencia puesta por el presidente y su partido en la realización de dicha consulta que para muchos se antoja más una estrategia que conduciría a un “triunfo” del voto duro en pro de López Obrador, aunque ni siquiera se alcance el mínimo de votantes exigido por la ley para que el ejercicio resulte válido. Se ve difícil en realidad que concurran a urnas algo así como 38 millones de mexicanos en ese día a aplicar su voto, o sea el 40 por ciento del listado nominal que de pasada también ya fue cuestionado por el mismo presidente.
Hay que considerar que la última elección presidencial llamó a las casillas al 63 por ciento y se obtuvieron 55 millones de votos válidos, pero sencillamente entre un ejercicio y otro hay demasiadas diferencias. Lo prueba el hecho de que de ese porcentaje se bajó al 52 por ciento para la pasada elección intermedia y ni qué decir lo sucedido con la otra consulta, la de juzgar o no juzgar a expresidentes, que cayó al rango del 7.5 por ciento de participación total. Así las cosas, además de las condiciones de prioridades entre la población, más inquieta por inseguridad, salud, inflación y otras cuestiones, que en ir a las casillas por simple conciencia ciudadana, lo que no se aprecia tan motivador.
Ahora bien, el debate estriba en si voy o no voy bajo el criterio de si quiero o no quiero que siga AMLO, lo cual ya trastoca la intención original pues se ha convertido mañosamente en un ejercicio de ratificación y no de revocación. La gente se pregunta si presentarse a solicitar que se vaya el presidente no será realmente contribuir a que el porcentaje de participación aumente y convalide lo que de antemano se da por conocido: el presidente no ve amenazado su mandato en ningún sentido y la consulta podría significar para él un nuevo aire si, como es de prever, la fuerza de movilización de sus simpatizantes conduce a una mayoría de sufragios en su favor. Esto, aunque no se quiera retraer el pasado, recuerda mucho las elecciones priistas de antaño en la que la gente solo votaba porque se sentía obligada o por coraje o frustración pues de antemano ya todo mundo sabía quién resultaría ganador.
Haciendo cuentas, hay que advertir que en efecto un voto en pro o en contra suman igual para el nivel de validación. Pero, por otro lado, hay quienes creen que en realidad puede ser una oportunidad de manifestar su rechazo a la actual gestión. No se podría entonces prejuzgar que se adopte cualquiera de los dos criterios. Quizá en ello radique lo más interesante, en que se trata de un ejercicio en el que la primera reflexión es decidir si voto o no voto.
Lo que sí parece un hecho es que no en balde López Obrador está tan empeñado al grado de que él, la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, su partido y sus satélites, gobernadores morenistas, funcionarios afines, etcétera, han hecho de la famosa veda preelectoral lo que les ha venido en gana y de manera obviamente impune han pasado sobre sus propias normas a diestra y siniestra. Y es que, tomando como previsión que no se llegará al mínimo del 40 por ciento en cuestión, se preparan ya las andanadas de ataques, primero contra el INE (empezando por el hecho de instalar el tercio de las casillas requeridas ya que de manera premeditada no se le otorgaron los recursos para ello) y luego seguirá contra sus demás villanos favoritos: la prensa, columnistas, empresarios del “neoliberalismo”, etcétera.
Además, busca ya Andres Manuel precipitar a la voz de ya la reforma eléctrica con un sesgo de audacia y la confirmación de que será “sin quitarle una coma” según marca la línea a “su” Congreso, al igual que el oxígeno requerido para llevar adelante otras acciones de su “cuarta transformación” y, por supuesto, la base necesaria para la continuidad en el 2024. Lo de la revocación, entonces, ¿para qué es o para qué sirve? Todo indica que más que una consulta no es sino solo parte de su gran estrategia. O ¿qué piensa o pensaba usted?
Miguel Zárate Hernández
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