Parece que el gobierno federal y el propio presidente de la república no entendieron el mensaje. Ni con la visita de la más alta autoridad en materia energética de los Estados Unidos, la secretaria Jennifer M. Granholm, se han dado por percatados de que la pretendida reforma a la reforma de la materia no va por buen camino. Incluso desde un punto de vista meramente local, imposible es mantenerse al margen de una situación que más temprano que tarde nos podría estallar en las manos. Desde luego que la mencionada visita no fue un acto de cortesía ni de simple acercamiento amistoso como se pretende hacer ver. No. Para nada. Al presidente Joe Biden le andan nuevamente pisando los talones los republicanos y pudiera ser que llegara a perder su ligera mayoría en las próxima intermedias. Lo malo es que la postura de México contribuye a agravar sus problemas y el mandatario norteamericano sufre actualmente presiones hasta de varios de los propios demócratas para asumir una actitud más firme con el gobierno mexicano que, señalan, amaga los intereses de la libre empresa, de los empresarios norteamericanos y de otras naciones que de hecho ya tienen grandes inversiones en el ramo de energía en nuestro país y que, de suyo, han cancelado o demorado otras que podrían ser indudablemente benéficas pero que están retraídas ante la incertidumbre de lo que se va a decidir.
Con su estilo tan personalista, de convertir lo que no le conviene en una especie de triunfo, el presidente no atina a explicar lo que en verdad sucedió y, por supuesto, a su titular de Energía, Rocío Nahle, no le alcanza en ningún sentido para contradecirlo. Esto viene a resultar trascendente en este momento en el que de hecho ya se agenda para el período legislativo que inicia el próximo 1 de febrero, la presentación de la iniciativa presidencial. Así de inminente es la cuestión y esto hace más entendible la súbita visita de la secretaria Granholm, como enviada especial para hacer notar que sí hay puntos de vista mucho muy diferentes. Lo de que fue un “encuentro amistoso y respetuoso”, forma parte de lo diplomático que aquí nadie entiende a cabalidad. La realidad, en cambio, es muy distinta.
Apenas retornó a su patria, la secretaria de Energía de USA fue bastante clara al emitir un comunicado de su visita a México en el que efectivamente pondera las atenciones y el diálogo en nuestro país, pero en el que también de entrada señala la importancia de que esta relación está concebida sobre la base de trabajar juntos en las energías renovables y la “descarbonización” de las mismas. Es decir, la política general de Biden y que siguen la mayoría de los países desarrollados del mundo. Y, además, Granholm no se anduvo por la ramas al decir que la administración del presidente López Obrador fue advertida claramente del potencial impacto negativo que vendría si las reforma propuesta aquí prospera, especialmente con las inversiones norteamericanas de energía en México.
Habla la titular de Energía de EU de que nuestro país ha sido bendecido con abundantes recursos para crear energías renovables y limpias -una gran verdad- y que, de llegar a concretar proyectos, significarían la creación de millones de empleos y muchos beneficios para ambas naciones. Y, en una amplia exposición, hace significativa todavía la confianza de que los gobiernos de los dos pueblos sigan trabajando en el mismo sentido. Pero, todo esto, naturalmente, dista mucho de lo expresado por los funcionarios mexicanos que todo lo vieron como una reunión “afectuosa y respetuosa”, sin siquiera comprender el alcance de lo que significaría que la reforma entrara a su fase decisiva, al estilo del régimen, “sin cambiarle una coma”. Cualquiera sabe que a estas alturas un cambio constitucional que ello implicaría habría de efectuarse solamente cooptando algunas de las fracciones opositoras importantes y no sobran quienes apuestan a que ya se han dado muchos guiños del gobierno federal hacia priistas, lo que los pone, pese a los discursos actuales, en la perspectiva de convertirse en esquiroles potenciales de sus propias alianzas. Esa es la preocupación.
No hay tal conciliación de intereses ni el presidente y su comitiva convencieron en nada a la funcionaria estadounidense visitante. La advertencia está dada y podría traer consecuencias, pero, más que nada, inquieta que los mismos sectores nacionales involucrados parezcan estar cediendo y hasta en el llamado “parlamento abierto”, hagan sentir muy suavemente sus inconformidades. De concretarse la aspiración o capricho presidencial si se quiere, de llevar la citada reforma hasta con sus términos más equívocos, estaríamos ante otro caso de enorme contradicción en las políticas nacionales. Sólo que en esta ocasión sería una peor y, tal vez, irremediable.
Miguel Zárate Hernández
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