La verdad no por ánimo de desanimar algo tan sagrado como lo es la expresión de la voluntad popular, pero, a decir verdad, resulta casi escalofriante la forma en que fue diseñada la elección judicial próxima. Quisiera verme frente a un cúmulo de boletas a cuál más de disímiles y confusas en las que debemos elegir los mexicanos (esta vez más de los cien millones) entre docenas y docenas de personajes desconocidos, en los que median factores como el género y otras precisiones que tornan incluso más complejo el procedimiento. Ni el más avezado la tendrá sencilla, y eso que por ahora no habrá elección en las judicaturas locales como sí pasará en otras entidades, lo que de plano, en una apreciación meramente personal, casi me volvería loco.
De lo ya publicado del procedimiento, hay que pensar que estamos ya en las urnas y que, para empezar, se ejercerá el sufragio no por nombres sino por números y las boletas contendrán mucha información, tendrán variantes por colores, etcétera. Vamos por partes. El tema de por sí no es fácil cuando se aplica por primera ocasión y en las boletas aparecerán nada menos que casi dos mil nombres de hombres y unas mil quinientas mujeres a elegir. En total estamos hablando que los mexicanos renovarán el Poder Judicial del país eligiendo a 881 funcionarios de distinto rango dentro de la estructura del organismo.
Lo que de plano ya será ininteligible es cuando los nombres, a los que corresponden en realidad un número equis, lleva aparejada una calificación que marca si se trata de una propuesta emanada del Poder Ejecutivo (presidenta, desde luego), igual se señalará si emanará del Poder Legislativo que como es bien conocido en ambos casos correrán por cuenta de la 4T y sus aliados, otros derivarán de propuestas del mismo Poder Judicial por mitad de ese grupo (y que poco a poco se ha ido ajustándose a las pretensiones también cuatroteístas, principalmente por las intromisiones de las ministras Yasmín Esquivel, Loreta Ortiz y Lenia Batres, totalmente supeditadas al obradorismo, mientras que quedará otra parte, la otra, para propuestas del Senado, controlada por ya se sabe quiénes.
Y aparte de la Suprema Corte, así hay que votar por los integrantes del nuevo Tribunal de Disciplina Judicial (antes Consejo de la Judicatura), la Sala Superior del Tribunal Superior Electoral, y aparte las cinco salas regionales, los jugadores de distrito y las magistraturas de distrito. A esta altura, confieso que ya me siento mareado y no sé hasta qué grado se podrá ejercer un voto sensato, informado, en el que cuenten los valores, conocimientos reales, experiencia y todo lo requerido para que la famosa reforma sirva para algo, al menos mejor de los que ya tenemos y que está por fenecer.
Pienso que todo este entramado podría dejar perplejos a muchos de los que acudan, quienes, óigase bien, irán ya con una decisión preconcebida, inducida en la mayoría de los casos. Eso es lo que parece ser el objetivo de todo. A las ministras que podrían considerarse súbitas de la presidencia, de Morena y aliados, por ello no les importa un rábano cómo queden las cosas. Apenas el INE había precisado las reglas del proselitismo que empezó el domingo pasado, ya ellas andaban en plena campaña, con adherentes como el SNTE, que está por hacer uno de sus peores papeles de lacayismo de su historia, y vaya que los ha tenido. Eso de que habrá límites, de que no habrá contratación de medios, ni actos masivos (entonces, ¿los del otro día qué fueron?), ni exceso en el gasto, que deberá correr por cuenta exclusiva de los aspirantes (en el caso de ministros la suma de gastos no la alcanza cualquiera, excepto para algunas de las postuladas pre elegidas, sobre todo si son la esposa del constructor favorito de Palacio, o la hermana de uno de sus más fieles políticos de AMLO, o una incondicional sin reparos.
En verdad, lo digo sinceramente, qué bueno sería que los mexicanos eligieran a sus tres poderes. Sin embargo, como pintan las cosas, lo único cierto es que todo parece más bien creado y enfocado para que el poder absoluto se siga concentrando en uno solo. Así que bien lejos estamos de la pretensión presidencial de que “México se convertirá en el país más democrático del mundo”. Con tantos vericuetos y amañadas fórmulas, con tal cantidad de prospectos a los distintos puestos judiciales con lealtad y sumisión al régimen y su partido, no hay que esperar una elección milagrosa, ni mucho menos nos hará más demócratas. Para variar: de seguro la verdadera justicia tendrá que esperar. Ojalá no sea mucho.