Pocos lo tienen presente pero los movimientos que defienden la igualdad absoluta de derechos entre hombres y mujeres no son nada nuevos en el mundo, incluso en México. Tampoco se recuerda con frecuencia que Jalisco tuvo una representante de primera línea en la lucha por los derechos de la mujer y que no solamente participó, activamente, en el movimiento revolucionario junto al general Manuel M. Diéguez sino que, a la vez, dejó huella profunda al ser una educadora de generaciones a las que siempre inculcó lo que debe ser el papel de una “mujer nueva” en la sociedad. Se trata de la maestra Atala Apodaca quien fallecida en 1977 a los 93 años, figura en el cuadro de honor, como tapatía distinguida (en realidad nació en Tapalpa), en la misma sede del Ayuntamiento de Guadalajara.
Pues bien, la maestra Apodaca tuvo, lógico es pensarlo, tremendas reacciones en contra de su postura beligerante contra sujeciones de una sociedad altamente conservadora como la nuestra, sobre todo en décadas pasadas, ya que sus ideas evidentemente no iban con el estereotipo de mujer vinculada al hogar y no a la actividad pública. Sin embargo, para la maestra Atala, satanizada mucho tiempo quizá por posturas que iban un tanto en contra de las tradiciones religiosas de la época, la idea no era separar a la mujer de sus conceptos de esposa y madre sino simplemente abrir los espacios que durante mucho tiempo le fue negada, al grado que fue nuestro país, en el año 1953, el último, sí, el último país de todo Latinoamérica en otorgar el voto a la mujer. Sin embargo, de ahí la lucha no ha cesado y sigue provocando actitudes algunas soterradas y otras todavía abiertas, para seguir poniendo trabas al desarrollo femenino en muchos ámbitos de la vida comunitaria. La incidencia fatal de sucesos como los feminicidios y la persistencia en el acoso laboral y las prácticas del más puro y acendrado machismo, incluso en muchos de los actuales gobiernos son prueba clara de que falta mucho, en verdad, para que prevalezcan nuevos criterios en torno al desempeño de la mujer, que, incluso a contracorriente, ha dado ya tantas pruebas de su valor y trascendencia.
Por ello no deja de ser muy importante que, además de que esta lucha femenina, cuyas fases de modernidad fueron alcanzadas merced a pensadoras liberales como la fue quizá la madre del feminismo en nuestro tiempo, la francesa Simone de Beauvoir -pareja de Jean Paul Sartre- y que dio a la segunda mitad del siglo veinte el sesgo fundamental para que lo que ella llamaba el “segundo sexo”, tomara su rol en la sociedad y pretendiera alcanzar la auténtica igualdad de derechos.
En nuestro entorno, esa búsqueda continúa y, a manera de ejemplo, podría citar el caso de un movimiento colectivo denominado “50+1”, cuyas integrantes del más variado origen y actividades, se dedican ciertamente a tareas de tipo benéfico pero que, en realidad, llevan un propósito establecido de que solamente mediante la consecución de espacios en el poder público, será factible realizar muchas causas importantes para el sexo femenino. Basta con echar un vistazo a sus asociadas para apreciar el alto grado de especialidad y dedicación que han mostrado en esferas como la empresarial, gubernamental, social, etcétera.
En semanas recientes hemos visto la lucha de la mujer hasta en manifestaciones abiertas y enérgicas como las efectuadas en la ciudad de México, producto ya de la indignación y de la desesperación ante la pasividad oficial por la violencia de género. En Jalisco las condiciones definitivamente no son las mejores y aunque se ha establecido una secretaría específica dedicada a la igualdad, los resultados son muy relativos y a nadie se le borra que conllevó la desaparición del Instituto Jalisciense de la Mujer. A “50+1” y a otras similares les queda mucho por recorrer pero ni duda cabe que, como en su tiempo difícil lo hizo Atala Apodaca, podrán encontrar cada vez más amplio el camino para su empoderamiento y para el más efectivo desempeño de su genuino rol en el México presente y en el del futuro.