No, no es el INE la “Santa Inquisición” como afirma el presidente de la república a propósito de las disposiciones impuestas por el organismo al propio mandatario para que cesen sus menciones y ataques consuetudinarios, así como la intervención que hace -a todas luces ilegal-, en temas de tipo electoral, como fustigar a sus “adversarios”, descalificar opositores y, por otro lado, hacer sus propias cuentas para asegurar que pese a cualquier eventualidad en el proceso, habrá de terminar prevaleciendo la política de su régimen autollamado de la cuarta transformación. Es decir, todo para mantener el poder.
Desde la forma de eludir la entrega de la notificación del INE con argumentos pueriles (“la Consejería Jurídica está de vacaciones”), hasta darle la vuelta a la orden de evitar sus intromisiones por su “nueva sección” en las mañaneras con el “yo no lo dije”, al presidente de este país se le han ido acabando razones para escalar denuestos, rayos y centellas contra los que pudieran ser (aún no lo son) contrincantes de sus corcholatas en la contienda. A estas alturas, cualquiera se da cuenta de que el fenómeno “Xóchitl” vino a trastocar todo el proyecto que tenía para arrasar a quien se pusiera enfrente. Su desequilibrio ha sido tal que en acciones un tanto apremiadas quiere cortar por lo sano, desbaratar desde su estrado privilegiado a la “señora X” incluso resaltando sus negocios privados (lo que de pasada es considerado sancionable en la práctica hacendaria) y poniendo en pie de guerra a los dirigentes de su partido, a sus voceros oficiales y a los oficiosos y hasta a la Unidad de Inteligencia Financiera -una de sus armas favoritas-, y dar por sentado que esa mujer que le ha quitado la tranquilidad, el estado de confort y sin duda el sueño, es solamente una “corrupta” más impuesta por las oscuras fuerzas del pasado.
La verdad sorprende cómo, por ejemplo, los partidos que presuntamente abanderarían a Xóchitl, la han dejado en la arena de lucha prácticamente sola. Incluso los avances logrados ante el INE y el Tribunal Electoral han sido a raíz de las propias denuncias de la propia Xóchitl. Ni los partidos opositores ni las voces que se ubican en ese esquema, han dicho mayor cosa en favor de la aspirante. Lo peor, al contrario, ha venido de quienes meten su cuchara sólo para descargar sus iras personales, como lo es el caso de Vicente Fox, quien sin recato habla de acabar con los “huevones” que no trabajan y profiriendo calificativos que no vienen al caso ni tienen justificación como el de denominar a Claudia Sheinbaum como “búlgara judía”. Nada, pero nada ayuda a una causa opositora una actitud como esta, cuando la imagen que está forjando el prospecto de Xóchitl es precisamente lo contrario. Pero Fox ya no es presidente y en cambio López Obrador sí, de manera que sobre éste recaen obligaciones establecidas por las leyes que delimitan estrictamente su posición, como la de ser imparcial y de garantizar neutralidad y equidad ante los procesos electorales venideros.
No es éste el espacio para debatirlo, pero cada vez está más claro que en esta ocasión, y propiciado por el mismísimo jefe de la nación, efectivamente se han quebrantado los ordenamientos electorales y, por lo que se ve, nadie se ve muy interesado en volver al orden. En el Tribunal Electoral de la Federación incluso se han visto demasiado tibios ante ello. Hace unos días sus magistrados “mayoritearon” a su compañera Janine Otálora quien, ya en voz desesperada, exigió que todos los procesos en marcha de Morena y aliados, así como de los del Frente opositor, simplemente deberían suspenderse de inmediato. Y es que, a la fecha, hay que decirlo, sólo un partido no ha incurrido en desacato ni caído en el mar de ilegalidades, Movimiento Ciudadano. La magistrada Otálora lo ha mencionado, pero de nada ha valido para que su criterio escuche eco ni siquiera entre sus compañeros. De ahí que la ilegalidad cunde y que los procesos siguen nadando en un mar de acciones tan indebidas como impunes, como lo es la propaganda desmedida, la pinta de bardas, la colocación de cientos quizá miles de espectaculares que, según los preprecandidatos nadie sabe quién ordenó ni cómo se pagaron y que surgieron y proliferaron como los hongos, casi seguro por generación espontánea.
Cumplir y hacer cumplir la ley no es el fuerte de un López Obrador como mandatario. Todo lo contrario, busca la forma de eludirla, aunque sostenga diario que “nada” ni nadie está por encima de ella. Hoy se le advierte de guardar silencio ante los próximos procesos no por la “Santa Inquisición” sino tal vez por la “Santa Constitución” y las leyes electorales. Ante ello, tiene sus incondicionales y hasta sicarios verbales para hacer el trabajo sucio, pero, por favor, por su investidura que tanto pregona, ya chitón… señor presidente.