Todos supimos la noticia: el pasado domingo durante un concierto en Las Vegas una persona disparó desde el piso 32 de un hotel hacia una multitud de más de veinte mil asistentes hiriendo a más de 500 personas y dejando sin vida a 59.
Nuevamente un suceso lamentable que cobra la vida de decenas de personas nos lleva a la reflexión. En esta ocasión el tiroteo provocado por un contador retirado que poseía legalmente al menos 28 armas largas en el Estado de Nevada donde el derecho a la portación legal y sin registro de armas de fuego está consagrada en el primer artículo de su constitución.
Hace poco más de un mes su presidente nombró a nuestro país como “una de las naciones más criminales”, cuando lo cierto es que Estados Unidos tiene la tasa de muertes por armas de fuego más alta de los países en desarrollo. Actualmente St. Louis, Baltimore, Detroit y Nueva Orleans aparecen en la lista de las 50 ciudades más inseguras del mundo, esa misma donde Torreón apareció entre los años 2010 y 2014.
Sin embargo Estados Unidos continúa con las alertas de viaje para sus ciudadanos y miembros del gobierno, con mención de estados y ciudades mexicanas con niveles menores de violencia que muchas ciudades estadounidenses, sin contar que cualquier día en cualquier ciudad pueden morir decenas de personas como hace un año en Orlando o ahora en Las Vegas.
El trasfondo es que la seguridad en Estados Unidos se le deja al ciudadano para hacer justicia por su propia mano. Ese comercio legal de armas es de donde provienen también la inmensa mayoría de las armas con que en México se cometen delitos.
Lo sucedido en las Vegas me lleva a afianzar la importancia de políticas públicas integrales en el tema de seguridad. En el caso de Torreón no basta el equipamiento y capacitación policial. Una política local debe también atender el tejido social que es el que permite sentirnos seguros sabiendo que en un evento público no hay un loco que abrirá fuego contra todos, nomás porque si, por que estaba aburrido.