Una de las grandes máximas existentes en México, en especial en el período del presidencialismo era la de “el que se va, se calla”, máxima que empezó a tener sentido cuando Carlos Salinas de Gortari entregó la banda presidencial al Ernesto Zedillo, quien arrasó con el grupo que comandaba el ex presidente y cuyo corolario tuvo en la persona de Raúl, su hermano, quien terminó en la cárcel acusado de entre otras cosas lavado de dinero.
De alguna manera quien lo entendió, tras darse una transición digamos lejana a las rispideces fue Vicente Fox, quien a pesar de que llegó con la espada desenvainada contra las administraciones que le antecedieron sólo atinó a emprender una fallida campaña contra Luis Echeverría Álvarez y se acabó. Ni una sola acción en contra de su antecesor.
Felipe Calderón llega lejano a la bendición del foxismo, pese a ello tampoco hubo una campaña en contra de Fox, pese a haber incontables sospechas de corrupción y enriquecimiento ilícito entre los allegados al poder, e incluso familiares de la pareja presidencial, sin embargo cero acciones en su contra.
Y así siguieron las cosas, el pacto parecía renovarse pese al cambio de partidos en la presidencia, con la llegada de Enrique Peña Nieto no fue diferente, resulta que ahora tampoco sabían nada de Genaro García Luna, y menos de actos de corrupción de las administraciones panistas.
Hoy queda demostrado que si no se respeta la regla no escrita, hay elementos para hacerla respetar, y mientras el grupo que llevó al poder a Peña, junto con el ex presidente técnicamente fue echado del país y de la escena mediante el uso de la ley, cuando se regodeaba haciendo pública su afrenta al gobierno en turno.
Fox no se quedó atrás, crítico y continuo participante en marchas contra AMLO, terminó desapareciendo de la escena pública, luego de primero trascender que su hijo sería investigado por la Unidad de Inteligencia Financiera, y al igual que Calderón, verse involucrado en la detención de un ex funcionario suyo y de su sucesor, Genaro García Luna.
No hay justicia, ni intención de combatir la corrupción, solo hacer valer aquella famosa regla de: “El que se va, se calla”.