Tengo muy vivos los recuerdos de mi niñez, aquellos años en los que la tecnología no nos marcaba el paso y la obsesión no era por estar en el mundo virtual sino explorando los campos cercanos o correr detrás de un balón.
Los paseos en bicicleta jamás los suplía el encierro, entre más tiempo se la pasara uno a bordo de su vehículo era uno capaz de imaginar que se recorría el mundo en dos ruedas sintiendo como el aire golpeaba libremente la cara, sin dejar de lado la posibilidad de un percance que nos dejara con las rodillas raspadas.
Ser niño en ese entonces significaba salir a jugar con los amigos, inventar mundos imaginarios en donde lo policías iban detrás de los ladrones, o donde una caja de cartón podía convertirse igual en una nave espacial que en un barco pirata, cualquier pedazo de madera podía convertirse en una espada láser o en el sable de un samurai, cada quien podía también adquirir el súper poder de su preferencia.
La palabra pandemia estaba fuera de nuestro vocabulario
La palabra pandemia estaba fuera de nuestro vocabulario, siquiera imaginarlo traería a la imaginación una invasión de zombies a los que habría que combatir, eso, la imaginación estaba muy por encima de la realidad a la hora de jugar, no había violencia en la tele, más que la que se veía en los países lejanos donde uno se lamentaba por los niños que padecían la guerra.
Sin duda la vida sencilla era placentera, la comunicación no era automática, hablar por teléfono era caro, por lo que los papás tenían medidas muy severas para quien osara utilizar el teléfono sin que se tratara de un asunto sumamente importante.
Los paseos en auto los domingos se vivían como la gran oportunidad de salir a disfrutar de la familia sin el estrés laboral de papá y compartir una rica nieve de chocolate o vainilla de la heladería o café más cercano.
Hoy, día del niño, dedico esta columna no solo a los pequeños de hoy sino a todos los que seguimos conservando ese niño interior deseoso de salir de nuevo para aplacar al adulto que luego se le olvida la importancia de vivir. _
Miguel Ángel Puértolas