Bebés de brazos, niños que pasaban en bicicleta o jugaban en algún parque, estudiantes de preparatoria que iban a su casa, u otros brillantes de universidad con futuro promisorio, amas de casa que pasaban por el lugar, padres de familia, hijos que nunca llegaron a su destino, hermanos que no volverán a encontrarse, abuelos que dejaron el recuerdo de su sonrisa.
Esposas, madres, abuelas… Amigos, esos que estrechábamos en las reuniones y con quienes convivíamos para pasar un buen rato, que nos aconsejaron, hoy no están con nosotros. Vecinos que alguna vez nos estrecharon la mano, y que en algún momento formaron parte de nuestra vida.
Periodistas cuya única función es la de revelar la verdad, que tuvieron la osadía de investigar y dar con la identidad de delincuentes, de sus fechorías. Maestros que dejaron enseñanzas y que no regresarán al aula, compañeros de escuela a quienes dejamos una ofrenda el día de su partida.
Médicos que salvaron vidas, paramédicos que quedaron en medio del fuego cruzado atendiendo una emergencia o que simplemente trasladaban a un herido de bala a cualquier hospital del país, guardias de seguridad sorprendidos a la entrada de un hospital, por delincuentes que entraron a “acabar con su trabajo”.
Sacerdotes, entregados a su misión de fe, que daban atención a un herido de bala perseguido por sicarios, turistas que disfrutaban un momento de esparcimiento en su vida, muchos de ellos luego de un arduo trabajo, para hacer de este país uno mejor que tuvieron su regreso a casa dentro de un ataúd.
Policías que en su día franco vieron por última vez la luz del sol, otro más que valientemente se enfrentaron a los criminales y el sonido de una bala fue lo último que escucharon, investigadores cuyo único fin era esclarecer un crimen se toparon con la muerte en medio de su trabajo, militares que juraron defender a la patria y a sus hermanos fueron asesinados por otros mexicanos.
Harto de todo esto me pregunto ¿quién más tiene que morir? para que alguien haga algo al respecto…
¿Cuánto dolor más?
