México vive una eterna campaña por los puestos públicos en juego para las elecciones siguientes, cada tres años tenemos elección de alcaldes, diputados locales y diputados federales, cada seis convergen en la entidad las elecciones para senadores, gobernador y presidente de la república.
Si observamos bien, nuestros gobernantes están en atención a las acciones de gobierno si bien nos va dos años técnicamente, pues los primeros seis meses empiezan a tomar las riendas del gobierno, digamos que los siguientes dos años están trabajando y los siguientes seis meses quienes pueden andan buscando la sucesión y quienes no andan dirigiendo campañas o preocupados en quiénes van a ser sus sucesores.
Analizando el comportamiento de tiempo intermedio en los procesos electorales, los alcaldes andan ocupados en su gobierno dos años si bien nos va y no se la pasan haciendo más promoción de su imagen que atender el trabajo tratando de hacer algo que valga la pena, principalmente buscando el siguiente período o el siguiente hueso, en el caso de los gobernadores sería intermitente pues de seis meses a un año empiezan a entender el cargo para el cual fueron electos luego andan metidos en las campañas de sus partidos, regresan a su trabajo otros dos años y andan dejando sucesor. Lo mismo ha pasado históricamente con los presidentes.
¿Y cuál es el resultado de esto? sencillo, México no logra salir de sus problemas, y han crecido otros por esa eterna ambición de poder, que permite que quienes fueron electos para un cargo terminan preocupándose más por operar, incidir o participar en el siguiente proceso electoral, como si para eso los eligieron, olvidándose que la burocracia gobernante designada por el voto popular está para trabajar por hacer nuestro país uno mejor derivado de acciones responsables.
No tenemos estadistas que vean en el cargo para el que fueron electos la gran oportunidad de gobernar para las siguientes generaciones y no para las próximas elecciones, el gran problema es que las leyes abren la puerta del oportunismo y en el peor de los casos esa ambición de poder solo lleva a lastres como el enriquecimiento ilícito.
Miguel Ángel Puértola