El remedio del Universo DC para corregir la inconsistencia de su filmografía fue tomarse menos en serio. Bastante menos. Y a juzgar por ¡Shazam!, los resultados son milagrosos.
Después de conocer a un antiguo mago, Billy Batson, un adolescente sin familia y prófugo de varios internados, adquiere el poder de convertirse en el superhéroe Shazam (acrónimo de los dioses Salomon, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio), con solo decir su nombre.
Dotado de toda clase de poderes sobrehumanos, el alter ego de Batson irá aprendiendo a dominar sus nuevas habilidades a la vez que el Dr. Thaddeus Sivana, quien posee la versión maligna de esos mismos superpoderes, comienza a amenazar a la humanidad.
Si tuviera una lista de las áreas de oportunidad que he notado en las cintas de DC, con la entrega del director David Sandberg pondría una palomita a buena parte de los incisos. En realidad sí tengo una lista. Veamos.
Prólogo: El trillado arranque de ¡Shazam! me tuvo escéptico, pronosticando que por delante habría una catástrofe de secuencias intercambiables que, en suma, no rendirían para una sólida historia de origen, lo cual fue el caso de la exitosa Aquaman. Pero llegado el tercer acto, todos los elementos que van sumándose (la introducción del villano antes que la del protagonista, los siete pecados capitales personificados en monstruos que lo acompañan, el drama familiar de Billy) tienen correspondencia con un clímax totalmente satisfactorio y cohesivo.
Ritmo: La urgencia que hizo a las tramas de pasados superhéroes tener una falsa agilidad, aquí se desacelera; vida privada y vida pública del héroe se balancean con una duración razonable por debajo del promedio de las cintas de DC: dos horas catorce.
Villano: El talón de Aquiles de ésta y casi todas las adaptaciones de cómic mejora con creces; en defensa del Dr. Sivana, interpretado por un encasilladísimo Mark Strong, hay que decir que, como némesis de Shazam, hace una mancuerna que funciona como ying y yang: mientras Billy no tiene familia y encuentra una adoptiva de cinco hermanos en una casa hogar, Sivana se nos muestra como un huérfano emocional rechazado por su familia, quien encuentra su hermandad en los siete pecados capitales. Del caos guionístico, DC nos lleva a la simetría narrativa.
Tercer Acto: la recta final de las sagas de justicieros suele ser apoteósica, confusa y desbordante de CGI. Todo lo contrario: enmarcada en una secuencia a pequeña escala, con un giro de trama que es su secreto mejor guardado, la batalla final entre el bien y el mal nos permite cierta reflexión: lo único que estábamos consumiendo en este boom de cine retro era la reconfortante estética del pasado, acompañada de la visión fatalista del presente. ¡Shazam! hace el throwback completo; devolviéndonos el espíritu inocente y divertido del cine para chicos en el que lo único que está en juego es el mundo de la infancia.
Esta cualidad está ausente en el cine de acción de las últimas décadas.
Basta con voltear a ver a los protagonistas de Stranger Things, Eso, Ready Player One, etc. Niños con una óptica adulta del mundo.
El verdadero superpoder de ¡Shazam! se llama Jack Dylan Grazer; el actor de quince años que en el personaje de Freddy, un chico con discapacidad física y erudito en superhéroes que le roba la película tanto a su protagonista juvenil (el poco matizado Asher Angel) como a Zachary Levi.
Estamos frente a la mejor cinta del Universo DC desde Mujer Maravilla, sobre todo una que afirma que es posible guardar en un cajón el manual de estilo de Christopher Nolan para intentar algo más.
twitter.com/amaxnopoder