No hace mucho, en esta columna elaboré el borrador de una teoría sobre los directores de cine que pausan su autonomía creativa para trabajar con franquicias. ¿Acaso estos cineastas hacen sus mejores cintas (o algunas de sus mejores cintas) después de dirigir franquicias? ¿Será una catarsis después de haber estado limitados creativamente por un estudio? En ese entonces cité como ejemplos a Ang Lee (que hizo Brokeback Mountain después de Hulk), Alfonso Cuarón (que hizo Children of Men después de El Prisionero de Azkaban), Christopher Nolan (que hizo Inception después de The Dark Knight). Este año se suman dos casos igual de contundentes: Sam Mendes nos trajo la laureada 1917 después de filmar dos películas de James Bond: Skyfall y Spectre. El segundo caso es el que nos ocupa este fin de semana. Se trata de Guy Ritchie, quien estrena Los Caballeros justo después de dirigir Aladdín para Disney.
En Los Caballeros, Richie recupera parte de la energía que corría por las venas de su filmografía a inicios de su carrera. Parte; no toda.
Mickey Pearson (Matthew McConaughey) es un norteamericano expatriado que hizo su fortuna construyendo un imperio de marihuana altamente rentable en Londres. Cuando se corre la voz de que está buscando venderlo para retirarse definitivamente del tráfico de droga, las mafias de diferentes estratos comienzan a maquinar la forma de apoderarse de su negocio.
Para quitarnos la sensación de estar frente a otra iteración de su clásica Snatch (2001), que es lo que a menudo pasa cuando vemos sus películas, Ritchie combate la inercia de sus guiones de acción enmarcando su batalla de gángsters en un divertido juego autoconsciente. Ritchie siempre nos da un narrador carismático; en este caso es Fletcher (Hugh Grant en otra creación para su fina colección de personajes queer), el investigador privado contratado por uno de los pretendientes de la fortuna de Mickey. Fletcher se ha encargado de conseguir las pruebas para encontrar la debilidad de todos los involucrados en la negociación, y en vez de presentarle las pruebas a su patrón, escribe un guión de cine que le comparte a Raymond, el brazo derecho de Mickey, interpretado por Charlie Hunnam. Adoptando la dinámica de una sesión de pitch cinematográfico entre guionista y gángster, la trama avanza, se pausa, retrocede, avanza otra vez, dándole un giro al típico enredo de mafiosos que se matan entre ellos por dinero.
Algo en lo que Ritchie siempre es consistente es el estilo con que empaqueta sus cintas: sus personajes parecen sacados de las páginas de una revista de moda masculina, los diálogos tienen filo, ritmo, ingenio; junto con Quentin Tarantino, procura los mejores soundtracks. Encima de toda esta tremenda buena pinta, consigue a uno de sus elencos más jugosos en años: Matthew McConaughey, Hugh Grant, Colin Farrell, Charlie Hunnam, rematando con un Jeremmy Strong a la alza desde su éxito en la serie Succession.
Entretenida, sin duda. Menos repetitiva, cierto. La cualidad que permanece ausente aquí, y a lo largo de toda la obra de Guy Ritchie, es la capacidad de contarnos algo memorable. Esto se debe, en gran parte, a la superficialidad de sus personajes y a la renunencia de él como director y guionista a llevarlos a situaciones dramáticas que los saquen de su pose cool. Volviendo a mi teoría, sin ser una joya, “Los Caballeros” sí es lo mejor que su director ha hecho en buen tiempo. Justo después de haberse sometido a la limitación creativa de una franquicia de Disney. Vaya, vaya.