Cultura

Penélope se va de viaje

En la etapa final de su vida, Esther Seligson (1941-2010) quiso poner en orden sus cosas. Esto implicó no sólo despojarse de los objetos de su entorno y una limpieza general de sus posesiones —para así partir “ligera de equipaje”, como diría Machado—, sino además una revisión de la obra escrita. Agrupó sus mejores ensayos en A campo traviesa (2005), la que podría considerarse como su prosa narrativa en Toda la luz (2006), sus versos en Negro es su rostro/Simiente (2010), además de su trabajo como crítica teatral en Para vivir el teatro (2008).

Esto es lo que Esther Seligson querría que leyéramos de ella. Tal fue su legado y su último deseo. Mas el acceso a esos volúmenes empieza a volverse problemático, y no queda claro si el Fondo de Cultura Económica mantendrá en su catálogo dichos tomos de ensayo, narrativa y poesía —lo que sería un acto de justicia poética—, o si alguna vez se reeditarán sus reseñas teatrales. Por ello, quizá, se han buscado nuevas vías para mantener la obra vigente, como los Cuentos reunidos (2017) o la reedición de su primera novela, Otros son los sueños (1973), ahora en la UNAM.

Otros son los sueños. Esther Seligson. UNAM, colección Relato Licenciado Vidriera, México, 2023.
Otros son los sueños. Esther Seligson. UNAM, colección Relato Licenciado Vidriera, México, 2023.


En ambos esfuerzos, y en otros más, ha estado presente el crítico Geney Beltrán Félix, quien así explica, en los Cuentos reunidos, el panorama: “No es de extrañar […] que la narrativa de Seligson sea asumida como una escritura densa y sofisticada, difícil o exquisita, la propia de una ‘autora de culto’, pues pide concentración y detenimiento a los lectores. Esos adjetivos, esas advertencias […] dicen menos de la heterodoxia de Seligson que de la estandarizada, poco exigente medianía que hay en mucha literatura circundante. Seligson es una experiencia de lectura llevada al límite, una creación radical inasimilable por una época apresurada y ligera. Nada menos complaciente que la narrativa de Seligson; nada más abierto al viaje hacia otras más amplias y poderosas realidades”.

La “poca exigente medianía”, de la que habla Geney Beltrán, se manifestó hace un mes en una reseña en Letras Libres sobre —contra— Jesús Gardea, que da cuenta del triste estado de las cosas en la joven crítica literaria, que pide frutos sencillos y digeribles, al gusto del mercado y se abruma ante objetos narrativos complejos. Cualquiera que no conozca a los editores podría pensar que se trataba de una mala broma; sin embargo, es la apuesta por la literatura fácil. Esa misma mirada se escandalizaría ante las exigencias que plantea Seligson en su obra.

Pero aquello que parece alejar, realmente acerca. La convivencia con la persona de Esther Seligson creaba ante quienes se acercaban a ella experiencias que se confirmaban en la lectura. No aceptaba el “estar por estar”, sino que la conversación, por ejemplo, aunque fuera banal, exigía reciprocidad: no el monólogo de la maestra con el alumno, la disertación de la autora con oyentes pasivos, sino el diálogo en el que ambas partes eran sujetos vivos, con dudas y certezas, pasiones y agonías. Leerla, así, es conversar con ella, estar con ella, plenamente, con los cinco sentidos bien abiertos.

El volumen Toda la luz se iniciaba con Otros son los sueños y cerraba con Sed de mar (1987), dos nouvelles que acaso merecerían estar juntas para comprender el periplo narrativo de Esther Seligson. En la primera hay un viaje en tren que es al mismo tiempo un escape y un regreso. Se avanza, pero también se va hacia atrás en la memoria de la protagonista, para buscar las causas, las razones. Hay menciones al paso que se reconocen, como “aquel personaje del tambor decidido a no aumentar más su tamaño”, que es claramente El tambor de hojalata; o estas preguntas en las que figuran Virginia Woolf y Marguerite Yourcenar: “¿Cómo se dice la vida de alguien? ¿Un día en el mundo de Clarissa, o sesenta años en la memoria de Adriano?” (p. 26).

En términos deportivos, uno diría que esa es la “liga” en la que participa Esther Seligson, aquella en la que juegan Woolf o Yourcenar, María Luisa Bombal o Rosario Castellanos. Tal es el nivel de su competencia literaria.

Otros son los sueños es, además, un viaje al interior del personaje. Una individualidad que le da características universales. La memoria, para la escritora, implicaba la summa de recuerdos únicos y culturales, de ahí la constante permanencia o actualización de los viejos mitos, que reaparecen y se vivifican, como en la Penélope de Sed de mar. El recuerdo es uno, particular, pero además hacen eco en él otras historias. Dice la protagonista de Otros son los sueños: “no soy nadie y soy todos, no estoy en ninguna parte pero vengo de los más lejanos lugares (p. 33).

Aunque la pereza crítica se esfuerce por ubicarla en el triste apartado de los “escritores de culto”, Esther Seligson siempre estará más allá de esas etiquetas y proporcionará a los lectores (que de veras lo sean) el espacio de diálogo profundo que ella tanto disfrutaba, el cual ofrece complejas y muy variadas recompensas. El viaje terminó; y está por comenzar.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • [email protected]
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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