Cultura

Metamorfosis de las pequeñas cosas

A cada cual su cielo. Fabio Morábito. ERA. México, 2022.
A cada cual su cielo. Fabio Morábito. ERA. México, 2022.

Para Fabio Morábito (Alejandría, Egipto,1955) es necesario “descansar de escribir poesía, porque la poesía es un lenguaje sumamente artificial”. Tal vez por eso, atendiendo a su visión, es que el autor ha escrito estos libros de poesía, uno por década: Lotes baldíos (1984), De lunes todo el año (1992), Alguien de lava (2002) —recopilados los tres en La ola que regresa (2013)— y Delante de un prado una vaca (2011). Al cuarteto de sus poemarios se suma ahora un quinto: A cada cual su cielo que primero se publicó en España en la colección Visor de poesía, y luego empezó a circular la edición mexicana hecha por ERA.

Quizá los lectores de Morábito recordarán su peculiar manera de revisitar la infancia, específicamente en uno de sus poemas que se ocupa de los columpios. Estas páginas están permeadas de esa nostalgia e interés por mostrar los instantes irrecuperables: el paso del tiempo, remembranzas de infancia, la vida de sus padres, las metamorfosis de las pequeñas cosas que son parte de nuestra cotidianeidad: árboles, cajas de madera, mapas, rutas, cielos, viajes, guitarras, piedras, la última fotografía… Analiza el mundo que habitamos y lo reconstruye en la medida en que lo necesitamos. La identidad; dos lenguas: el italiano y el castellanos; tres ciudades: Alejandría, Milán y Ciudad de México.

Los elementos del poema en prosa están colocados sobre la mesa, acaso como una afortunada partida de naipes en donde se repiten imágenes. Pocos sustantivos, en apariencia, pero en realidad hay toda una construcción de ideas y resonancias que dotan de fuerza a su poema en prosa. Ráfagas de recuerdos. Es como si nos mostrara un álbum familiar y hurgáramos en una intimidad que se nos concede conocer, un rostro que se revela a tener otras imposturas que no sean auténticas. Limitaciones, un ramillete de ellas: en espacio, en tiempo, en condiciones azarosas para poder leer y escribir. Familia de nómadas, peregrinos de la palabra y del viento.

La poesía de Morábito se caracteriza por tejer imágenes, impulsos vitales que pueden leerse de dos maneras: de forma autónoma y en un desarrollo integral. El poema respira y se nutre de esos impulsos vitales porque en realidad son el eje que los ubica y fortalece. Nada hay de casualidad si no se encuentra edificado en enjambres de ideas que conducen a otras. Otra de sus obsesiones es que sus poemas van impregnados de reflexiones que constantemente coloca en tela de juicio. Porque no existe una verdad absoluta con la prepotencia que se adereza, sino distintas miradas convergentes o divergentes.

La poética que plantea en este, como en otros de sus libros, se halla más relacionada con la introspección, con abrir pasajes en pretérito y presente, que van a derivar en contemplar un momento privilegiado para poder relacionar imágenes y hacer más vívido lo que se recuerda. Emprende viajes personales, recupera instantes, engarza obsesiones. Sin embargo, no es la voz que de manera impertinente todo lo quiere ver desde su enfoque generacional, sino que construye un caleidoscopio multifacético.

Dos poetas italianos han estado presentes en su vida como traductor, Eugenio Montale y Patrizia Cavalli. Es probable que el escritor tomara de ellos la manera de acercarse a la poesía, desde esa forma casual, cordial y amena hasta una serie de silogismos que leemos con argumentos sólidos.

En los poemas de Fabio Morábito se trasluce la arquitectura de la palabra, sus coordenadas. Se leen como cartografías de la memoria, en donde es necesario hallar puntos de coincidencia, vasos comunicantes que nutren la voz; también son atractivas sus novelas, aunque sus cuentos no lo sean tanto. No obstante, en esas historias se deja ver al narrador que insiste en imágenes poéticas, al constructor de entornos que no deja que escapemos de la mirada penetrante y audaz del dios de las pequeñas cosas.

Del árbol proviene la madera, de la madera surgen los lápices, las cajas, los juguetes, las guitarras, entre otros objetos que cobran importancia. Salvador Elizondo decía que Paul Valery lo que hizo fue una gran labor de clasificación de elementos en El cementerio marino, y de alguna manera también lo llevó a cabo José Gorostiza con su portentoso Muerte sin fin. De alguna forma, Fabio Morábito emula esa clasificación de elementos, de fragmentos e imágenes para crear un fresco de la naturaleza: “En mi casa de encontradas pasiones/fui el elemento que devuelve/cada estallido a su cráter,/la corriente que cura en un año/los daños del mar en un día. //El más débil resultó el más fuerte/y ahora, atónitos, enfermos, /rendidos al fin por mi erosión paciente,/ellos son el cuidado absorbente que me quita /mi ser y mis horas./No conocía el poder de esas cadenas”.

Como dice uno de los versos de Morábito, “la vida es escarbar y a cada cual su cielo”.

Mary Carmen Sánchez Ambriz

@AmbrizEmece

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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
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  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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