Cultura

El ensayo, esa conversación interminable

De la mano a la luz. Bárbara Jacobs. ERA. México, 2024
De la mano a la luz. Bárbara Jacobs. ERA. México, 2024

Cuando llega un libro de ensayo personal, es como si retornara —como ola en el mar— la esperanza de que alguien cree en el género más dúctil y libre, y en la calidad literaria al margen de ventas exitosas y obras desechables. Porque la buena literatura, esa que acompaña siempre, que cobija en varios momentos de nuestra vida, estará en nuestra biblioteca, en la mesita de noche para ir y venir cuando la necesitemos. Son esos libros que se aprecian por el esmero que puso el autor al fraguarlos, porque no responden a la inmediatez ni a la exigencia editorial de estar a la vanguardia o en la decadencia. Nacen del amor a las palabras y a la literatura, de la experiencia y la conversación.

Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947) es una acuciosa lectora y el género con el que mejor se expresa es el ensayo. La buena compañía, libro de valiosas recomendaciones literarias publicado en 2017, es un ejemplo de que tiene muy claro lo que significa compartir el disfrute por la lectura. Ella también es traductora, narradora; sin embargo, estas dos vertientes son un gran apoyo en el momento que se decide escribir ensayo. La prosa navega por el agua de un río caudaloso, como los recuerdos, la necesidad de capturar un instante, una anécdota, la referencia literaria, el gozo compartido, el gusto que despierta un diálogo ameno entre mentes lúcidas y las ganas de que el reloj extravíe sus manecillas. Esas charlas en donde nada se desperdicia y no existen silencios incómodos ni malentendidos, sólo hallazgos.

Jacobs, como en su momento lo hizo Samuel Johnson, autor de espléndidos ensayos, anota en La buena compañía que “lee para satisfacer su propio placer, más que para impartir conocimiento o para corregir las opiniones de los demás.”

La escritora a lo largo de su vida, tuvo dos compañeros que le brindaron experiencias cercanas con la literatura y el arte: Augusto Monterroso y Vicente Rojo. Con Monterroso, acaso, fueron los años de aprendizaje y de descubrir gustos en común, autores, resonancias, rutas. Con Rojo pudo acentuar lo que ya tenía delineado, la madurez, y el verbo compartir se hizo más presente. Los ensayos que forman parte de este libro representan un rescate porque si no los hubiera reunido en un volumen se habrían perdido en las hemerotecas, en la web, en el archivero personal, en el tiempo. Menciono a sus compañeros de vida porque son parte de su historia literaria y, por ende, una constante en sus referencias.

El libro inicia con una reflexión de cinco títulos esenciales para la escritora. La experiencia placentera que le causó adentrarse en las páginas de La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, y, a la vez, burlarse del medio que la asfixiaba. “Es que en aquel momento también me sentía una Doña Nadie. La lectura del Lazarillo era una lectura de un sueño mío, de una fantasía de mi propia vida: me encontraba ante un espejo mágico que transcribía en palabras sobre papel mis imaginaciones mudas y que me hacía olvidar que a Lázaro y a mí nos separaban más de cuatrocientos años de distancia, un océano, fronteras, un género, mil circunstancias”, anota Jacobs. (pág. 10)

Luego, entusiasmada por la prosa de J. D. Salinger, decidió emprender la traducción de The Catcher in the Rye; así practicó su bilingüismo y quedó fascinada ante la rebeldía de Holden Caulfield.

El tercer libro es Rayuela, volumen que atesoraba en sus años de estudiante. Tuvo la oportunidad de que Cortázar le firmara el libro, pero no lo hizo porque le dio pena mostrar lo maltratado, subrayado y casi remendado que estaba su ejemplar. Porque la Rayuela de Jacobs era como una manta de noche: dormía con él, la custodiaba, viajaba con ella y, es probable que lo consultara de manera azarosa como quien espera una respuesta del I Ching. Y así como Monterroso le recitaba a ella sonetos de memoria, ella pudo haber hecho lo mismo con la historia cortazariana. Y claro que encontraría a la Maga…

El penúltimo libro es Flush, de Virginia Woolf, que genera una fascinación en ella por la habilidad al concentrar la ficción con la no ficción, en medio de una “sensibilidad extrema”; también está la admiración y el apego que siente por los canes, por eso repasa qué autores han mencionado a sus perros: Gertrude Stein, Nabokov, Chéjov; no obstante, el amor por los animales se diluye —o es una apariencia— cuando más adelante en el texto “Entre la muerte y la vida” se confiesa, sin tapujos, que de niña descuartizaba gatos. La referencia resulta desoladora, no menos afligida que los cuentos recopilados en la Antología el cuento triste que hizo hace años con Augusto Monterroso, quien la invitó a hacer esta selección. “Que un autor como Monterroso, modelo permanente para mí desde distintos puntos de vista, me hubiera invitado a armar con él esa antología es el mayor reconocimiento que he recibido en mi carrera de lectora y escritora”, puntualiza. (pág. 16)

Y de la congoja pasamos a la amenidad con textos como “Principios de viaje de Monterroso”, en donde descubre a un escritor bromista que, sin reparos, preguntaba a sus compañeros de viaje, autores la mayoría de ellos, si ya les habían dado un sobre para sus gastos. Y, aunque él no lo hubiera recibido, jamás decía algo al respecto y, en cambio, sembraba la desconfianza y la inseguridad entre sus pares.

“Una espina y un cayado” es un ensayo magistral sobre las miniaturas. Señala que Carlos Pellicer coleccionaba nacimientos de distintas regiones del país, y que en México los artesanos han logrado sintetizar la llegada de Jesucristo en la cáscara de un pistache.

En “José Emilio Pacheco, Alias JEP, el auténtico”, la amistad y la complicidad están a la vista para exponer anécdotas entre Monterroso y Pacheco, compañeros de viaje, ocurrentes, lúcidos, curiosos e intrépidos para resolver azarosas desventuras.

“Declaración de principios” deriva en una introspección del aquí y del ahora, un examen de conciencia y una necesidad de hablar de un futuro conciliatorio, tras cualquier diagnóstico médico. “Me gustan los jóvenes, su mundo tan libre, tan loco, feliz, tan diferente de la prudencia, del recato obligado, de mi pasado (más bien contenido, reprimido); a manera de simple presentación de mí, estas líneas necesarias, indispensables, para mí, sin intención, es decir, que la de abrirme al mundo, al de aquí, al de allá, que las conozca ahora o quién sabe cuándo, por quién, con qué impresión”. (pág. 127)

Y, sin duda, uno de los pasajes más logrados es “Ensayo-conferencia sobre el ensayo”, en donde al margen de cualquier postura enfática, académica o decadente, identifica que muchas partes de su vida y escritura encuentran un punto en común: el ensayo, esa conversación interminable.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • [email protected]
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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