La complejización del Estado obedeció a su naturaleza progresiva, como a la necesidad de frenar las tendencias simplificadoras de un pensamiento ajeno a esa realidad cambiante.
En un país de tradición política antropófaga, las nociones de autonomía se establecieron para servir de autodefensas contra la canibalización. Eso llevó a la fragmentación de instrumentos de salvaguarda para proteger el aparato institucional. Para proporcionar un mínimo de garantías que permitiesen la operabilidad del Estado. Sólo las pulsiones autoritarias suponen la eficiencia desde un dictado inapelable, mientras el analfabetismo olvida la regla básica del entendimiento político: actuar dentro de sus limitaciones.
Las posibilidades de las herramientas se entienden desde definiciones que marcan sus funciones y una lógica precisa. Lo que hasta hace poco parecía evidente ya no lo es.
Cuando un proyecto de gobierno parte de argumentos cuya lógica es insostenible, sus manifestaciones se inclinan por la irracionalidad. A los indicadores del desvarío les gusta conjugarse en la extrapolación indiscriminada de elementos entre asuntos inconexos: la austeridad de Palacio, las mentiras sobre atribuciones de entidades para justificar su desaparición.
En la falla lógica que permite la confusión entre un Estado tutelar y uno patriarcal, vemos la ruta a eliminar las garantías de su durabilidad.
La inclinación de Palacio por lo sobresimplificado marca su lógica provinciana y voracidad por el desmantelamiento de órganos del Estado. Su negación para entender se muestra tanto en el affair INAI como en la propuesta por desaparecer o quitarles independencia a otros instrumentos. Ningún asomo de brillantez cabe en suponer que el flujo de migrantes actual amerita reducir la importancia de la Coordinación de la Comisión de ayuda a refugiados.
Las políticas públicas son expresión práctica de una lógica. Mala lógica obliga a peor argumentación y esta lleva a una aplicación equivalente. A los enunciados del ministro Zaldívar, con sus soldados civiles. Una perversión que abraza la degradación intelectual.
El desprecio por las reglas de elaboración en el discurso arroja el sinsentido.
Se ha hecho de la tontería una causa.