El testimonio de la violencia busca acercarla y darle permanencia para que la tragedia no desaparezca. Para que la tengamos presente y hagamos lo imposible por enfrentarla. Sus recuerdos son la voz de lo que nadie quiere escuchar y cuesta leer, mientras tengo que repasar y subrayar las líneas para confirmar el horror en mis manos. De lo que no debió pasar y logró contarse en un albergue. Ella conjuga en una tercera persona que podría ser primera, como esas primeras personas que se convierten en terceras para sobrevivir. Ella, una de 50 mujeres migrantes secuestradas en México a mediados del año pasado.
Centroamérica encerrada en un lugar del que sacaron a los hombres que las acompañaban. Se les exigió el teléfono de familiares que depositaran dinero para continuar el viaje y llegar a Estados Unidos. Ella cuenta como violaron a todas las mujeres que no tuvieron manera de pagar su rescate. Les dijeron que de alguna forma iban a hacerlo. Cuenta que separaron a una madre y primero la violaron entre cuatro. Luego otros dos. Su hija corrió a ayudarla. Las demás mujeres se lo impidieron para que no siguieran con ella. Todas escucharon los llantos que tapaban el de la niña.
La conciencia del tiempo se pierde en ciertas condiciones. Quizá fue junio cuando ella salió de Honduras y se descubrió en un camión lleno de migrantes, vio que los boletos de todos estaban marcados desde que se los entregó quien se hizo llamar el guía.
Cruzaron sin dificultad el par de retenes que detuvieron al camión. Militares y personal de migración revisaron aquellos boletos, dieron paso. Medio mes en el encierro de su primer destino: una casa a la que fue llegando más gente. Les quitaron teléfonos celulares, el efectivo que cargaban, relojes y joyería. Empezó la extorsión, la mentira a los familiares que contestaron las llamadas; la grabación de audios con falsas noticias de cercanía, extraídos a golpes.
A hombres y mujeres los separaron tras un intento de escape. Los policías federales que se estacionaron afuera de esa casa no escucharon sus gritos. Tampoco los estatales.
Cuenta que no las soltaron a pesar de que muchos familiares pagaron. Arroz, frijoles, a veces nada y los niños haciendo cola para alimentarse. Una nueva casa con nuevos migrantes.
La regulación como idea abstracta se ha transformado en el gran eufemismo de aplicaciones prácticas para cualquier política migratoria restrictiva. Los saldos de entregar la desesperación a la indolencia. Una tropa se transforma en el obstáculo a franquear y las rutas de escape imponen barbarie y el peso del silencio sobre la violencia que se invisibiliza.
Testimonios como éste se encuentran en poder de autoridades mexicanas. Tal vez sirvan para revisar los costos de nuestra política migratoria, su conexión con la incapacidad del Estado para proteger a quienes se encuentran en el territorio, los de la complicidad de sus estructuras.
Extraño consuelo es la suerte en el infortunio de lo disfuncional. ¿Por qué dependemos de la suerte para saber lo que ocurrió? La borrachera de un velador permitió quitarle las llaves y abrir los candados que las retenían.
Ella cuenta, también, que la madre no fue la única. Les pasó a muchas, recuerda.
@_Maruan