Por la aparente claridad de sus factores, siempre ha resultado sencillo dictaminar alrededor de cualquier evento circundante a Palestina e Israel; pocas veces esas certezas buscan detenerse en una realidad donde contradicciones y dualidades conviven
La competencia entre la razón y la sinrazón que guarda el conflicto Palestina-Israel se habituó a una perversa tradición en la que cada paso hacia adelante implicaba dos para atrás. La ocupación y el avance israelí sobre los asentamientos; la pérdida del pudor en sus esferas políticas; la ineptitud del gobierno encabezado por Mahmud Abás y la Autoridad Nacional Palestina —incapaz de ofrecer una opción a futuro y un mínimo grado de cohesión—, combustible para el fundamentalismo de Hamás y de la Yihad islámica; el crecimiento de la participación iraní con esas expresiones del radicalismo asesino, así como con el Hizbulá, fueron cambiando las reglas de lo falsamente estático.
Este fin de semana, los ataques de Hamás desde Gaza y la posterior respuesta han significado el retroceso de un piso completo.
Por la aparente claridad de sus factores, siempre ha resultado sencillo dictaminar alrededor de cualquier evento circundante a Palestina e Israel. En pocas ocasiones esas certezas buscan detenerse en una realidad donde contradicciones y dualidades conviven entrelazadas. Sin importar el avance del tiempo se impone la resistencia a entender verdades simultáneas: Hamás es un grupo terrorista que, como todos los de su tipo, su única vocación es matar; la ocupación de Israel y el sistema de apartheid con el que somete a la población palestina es tan criminal, como moralmente insoportable. Ambas realidades están presentes y ninguna justifica a la otra.
Palestina e Israel piden verse en distintos momentos específicos de un tiempo demasiado extenso y a lo largo de él. Otra cosa es mero reduccionismo que comete el error de acercarse a lo que sucede hoy con la mirada de 1948, 1956, 1967, 1973, etcétera. Si bien no se pueden leer los eventos recientes bajo los códigos de otros periodos en la historia, es imposible entenderlos separándose de ella. Ahí una de las complicaciones naturales del conflicto medio oriental por excelencia.
Como en otros momentos ha sido urgente discutir el avance de los asentamientos sobre territorios ocupados, así como el sistema de segregación contra palestinos; hoy, esa urgencia recae en la incursión de Hamás. Ello no quiere decir dejar de lado las otras condiciones, sino ajustar la atención para pensar en los efectos de cada evento bajo una premisa: no hay mayor insensatez que suponer la paz a través de la inexistencia del otro. Los ataques de Hamás son el ejemplo salvaje de ello.
Es necesario recapitular lo que no ha cambiado: Hamás nació como una organización que intenta el establecimiento de un Estado Islámico en Palestina, eliminando el principio de convivencia anterior a 1948, donde habitaban judíos, palestinos árabes musulmanes y palestinos árabes cristianos. Poco después de la Revolución islámica de 1979, Teherán comenzó a apoyar a las milicias de Hamás, contrarias a Yasser Arafat y a su organización, Fatah.

Hamás no es el brazo armado del Hizbulá, ese son las Brigadas al-Qassam. Hizbulá es una organización proveniente de la guerra civil en el Líbano. El que ambas reciban formación, inteligencia y armamento de Irán introduce un componente paralelo. Son de una incongruencia infame quienes afirman su apoyo a las mujeres iraníes mientras aplauden o matizan los ataques de Hamás.
Con Palestina e Israel se tiende a caer en el vicio de la sobresimplificación. Ver a la distancia una tragedia como si se tratase de un partido deportivo, sujeto a códigos locales para lo que no entra en ellos.
Este fin de semana se rompieron varias reglas escritas y no escritas de lo disfuncional. Todo conflicto se comporta como una bola de nieve que, si no se detiene, solo puede crecer.
La dimensión de los ataques, con su inmensa cantidad de misiles, la incursión por tierra, mar y, sobre todo, el combate en suelo israelí, seguido del secuestro, asesinato y exhibición de víctimas, mujeres, niños y viejos rebasa cualquier límite establecido. Refleja la incomprensible falla de los servicios de seguridad e inteligencia israelíes, ofrecidos a su población como garantía. Muestra la capacidad de las fuentes de financiamiento de Hamás, que solo la ingenuidad cree ajenas a Teherán.
Se ha dicho mucho sobre los impulsos de Hamás para una operación tan articulada. La normalización de relaciones entre algunos países árabes e Israel será apenas uno de los insumos, pero deja clara la equivocación de suponer que la condición entre Palestina e Israel había dejado de ser relevante como instrumento de identidad y estabilidad en la zona.
Hemos visto el total fracaso de las vías políticas, regionales y globales.
En esta ocasión, Hamás asoma sus objetivos políticos; ocupar los vacíos dejados por la inefectividad de la Autoridad Nacional Palestina y desplazarla. De ahí el llamado a sus partidarios en Cisjordania. Entonces, también, la paradoja de la diplomacia con la necesidad de reforzar las posiciones de quien ha sido inoperante.
Entramos al escenario más incómodo. La responsable imposibilidad de hacer pronósticos cuando todo es posible.