Dentro de la concentrada miniatura de un espresso, la alta presión a la que fue preparado, late como el cronómetro de una bomba de tiempo. Su sabor y su textura pueden engañar, cautivar, convencer de que se encuentra ahí, enredado a la trama, el quid de la experiencia.
Bebiéndole con los labios y la lengua, la garganta y el estómago, el sustancioso sorbo: amarga y reconforta. Pero el salto al abismo no está ahí, sino en el touché eléctrico de la cafeína en el cerebro. La realidad develada de lo sublime o de lo miserable en la estirpe humana, hunde su filo en los estereotipos, altera el patético pulso ínfimo del bebedor.
¿Has leído un buen cuento? Entonces, has tomado un buen espresso.
La Literatura tiene sus intensidades. El cuento breve es contundente, es la mano que descubre el rostro del cadáver para reconocerlo, y saber, que no es el mismo que lo mira, ni es a quién se había creído matar por mano propia; sino un desconocido, muerto en la página de otro cuento.
El cuento largo es tramposo, la descripción abundante no siempre resbala en el alma, con la densidad de una gota de ácido, o una gota de miel. No es erótico el lenguaje que se recorre a sí mismo, sino el que mira con deseo la distancia que separa lo que se es de lo que no se sabe que se es.
Me confieso un no-lector de novelas, como quien confiesa no comer fresas. A la vez, me confieso afín al poema, al cuento, y al ensayo. El cuento deja abiertos los ojos del lector, no le dice: “este personaje eres tú”, “este personaje es aquel otro”, sino que sentencia diciendo: “ahora lo sabes”. La novela está hecha de espejos. El cuento dice todo de frente, aunque la voz venga de la oscuridad más negra, o de espiar una conversación ajena.
Largas vidas no son largas historias, la vida es breve. La vida se contiene en un poema, se asume en un ensayo, y se vive de cuento en cuento, como de día a día.
El cuento de esta página develará que el hombre que viste sotana, que asoma sus ojos desde el libro que hojea, que sí come fresas y bebe espresso, mira las piernas de la mujer que está en la otra mesa, mientras el amable mesero le roba la cartera.
Asómate a la cafetería de la Literatura, lee un buen cuento. _