He escuchado en alguna de las charlas sobre periodismo cultural de la reciente Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, que la crónica tiene dos elementos: información y emoción.
De ello reflexiono que de ser solo información sería un relato, y de ser solo emoción sería… un delirio.
En esas andan mis pensamientos al recorrer desde mi casa (su casa) las salas de presentación de libros de la FIL a través del YouTube en mi celular.
Del 30 de noviembre al 8 de diciembre se realizó la FIL en su edición 38, bajo la iniciativa y auspicio de la Universidad de Guadalajara y patrocinadores, con España como país invitado.
Las instalaciones de la Expo Guadalajara en sus stands, salas y auditorios recibieron 900 mil lectores, ofreciendo presentaciones de libros, conferencias, talleres, conciertos, premiaciones.
El boleto costó $30.00 adultos, niños y estudiantes $25.00. La FIL Guadalajara es la más importante feria de libro mundial en habla hispana, y la segunda, después de la de Frankfurt, Alemania a nivel internacional.
No había experimentado antes el transitar en modo inalámbrico por el mundo, llevar insertado en la oreja un audífono que emite voces, escuchar a manos libres es usual para quienes nos gusta conversar o leer abrazando una taza de café entre ambas manos.
Pero esto de escuchar a “pies libres”, mientras recorro mi casa, bajo la escalera, o salgo al patio a dar de comer a mi perro, es nuevo para mí.
Puedo decir que es invasivo hacia mi cerebro, ese cerebro que explica Jorge Volpi en su libro “La invención de las cosas” le responde al ojo lo que debe y puede ver en aquella imagen que el ojo le transmite.
Dicho en otras palabras, vemos con el cerebro, con sus pensamientos, creencias, memorias, conocimientos, el ojo es mero lente.
¿Funcionarán así el oído, el tacto, el olfato? Lo más probable es que sí.
Un cerebro con un amplio espectro, un amplio rango, de información y de emoción, nos darán mayores paisajes visuales, sensoriales, sonoros, hasta llegar a lo experiencial.
Me gustan las voces en alto, llenar el espacio exterior y no resonar desde el auricular en mi oído, rebotando en la cueva cerebral. Le falta luz a ese sonido.
El aislamiento es solitario, y ni la soledad misma lo es. Además, es diciembre, y no me quiero poner emocional.