En tiempos de desconfianza y polarización, la política enfrenta un enorme desafío: recuperar su propósito esencial. La vemos reducida a cifras, discursos vacíos o confrontaciones, que poco tienen que ver con la vida diaria de las personas. Sin embargo, la política, en su definición más noble, existe para transformar la realidad, garantizar derechos y mejorar las condiciones de vida de las personas.
Cuando la política se aleja de este propósito se convierte en un ejercicio estéril, que alimenta la desigualdad, perpetúa la injusticia, merma la calidad de los servicios a los que tenemos derecho y nos pone muy lejos de convertirnos en una tierra de sueños y oportunidades, capaz de elevar el potencial de las personas y de brindarles las herramientas necesarias para alcanzar su plenitud y bienestar.
Por eso las personas deben ser siempre el centro de la política.
Pero, ¿qué significa realmente poner a las personas en el centro? Poner a las personas en el centro significa que cada política y acción pública se construyan a partir de sus necesidades, sus derechos, sus realidades y sus aspiraciones; que los gobiernos recuperen su razón de ser: servir y acompañar para garantizar el bienestar colectivo.
Hablar de política con propósito significa reconocer que detrás de cada cifra, hay vidas que pueden cambiar o quedarse atrás. ¿Cómo podemos hablar de progreso, si permitimos que tantas personas vivan sin lo mínimo para desarrollarse? ¿Cómo podemos medir el éxito de la política, si no es por su capacidad de transformar estas realidades?
En Nuevo León, desde la Secretaría de Igualdad e Inclusión, los últimos tres años han dejado claro que las desigualdades son complejas y profundas: más de 430 mil personas se encontraban en situación de pobreza alimentaria antes de la implementación de Hambre Cero; miles de cuidadoras carecían de apoyo y reconocimiento por su trabajo de cuidados y antes de que implementáramos un sistema de protección social integral, transversal, multisectorial y basado en derechos, cientos de comunidades enfrentaban rezago y carencias que limitaban su desarrollo y bienestar.
Durante estos años, hemos comprobado que poner a las personas en el centro cierra brechas y elimina desigualdades. Hemos demostrado que poner al centro a las personas, cambia vidas.
Hoy, tengo la certeza de que este enfoque humanista debe ponerse al servicio del resto de los problemas de nuestra sociedad.
Porque a nuestra comunidad no solo le duele la desigualdad y la exclusión. Hay muchos pendientes por atender: desde la calidad de los servicios básicos como son pavimentación, alumbrado, movilidad y seguridad, hasta el desarrollo de la infraestructura y el talento humano necesario, para impulsar nuestro progreso de manera sostenible.
Nuestros problemas no son menores, por ello no pueden resolverse en solitario. Requieren de una gran fuerza ciudadana, dispuesta a recuperar el timón de nuestro destino, decidida a tomar el liderazgo a partir de sus bases y a usar ese poder para transformar a la comunidad y transformarnos a nosotros mismos a través de ella.
Es frente a retos como éstos que la política debe mostrar su propósito esencial, con liderazgos dispuestos a ponerse al servicio de las personas, para transformar realidades y cambiar vidas. Porque una política sin propósito es estéril. Porque una política sin ciudadanas y ciudadanos es huérfana. Porque la política no sirve, si no cambia las vidas de las personas.