Política

1975. Año Internacional de la Mujer. De Beauvoir y Friedan

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ALFREDO SAN JUAN
ALFREDO SAN JUAN

Hace medio siglo, entre el 19 de junio y el 2 de julio de 1975, se llevó a cabo en la Ciudad de México la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer organizada por la ONU. Justo unos meses antes, en enero, entró en vigor la reforma al artículo 4° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que consagraba la igualdad jurídica entre mujeres y hombres, reforma con la que el gobierno intentó acabar con la desigualdad sexista presente en varias leyes. En el grupo feminista en que yo estaba consideramos que la realización de dicha Conferencia era un intento de despolitización del incipiente movimiento de liberación de las mujeres y cuestionamos el lema “Igualdad, Desarrollo y Paz”:

● No queremos la Igualdad de condiciones para ser explotadas de la misma manera que los hombres.

● No queremos un Desarrollo que perpetúe la desigualdad económica, racial y sexual.

● No queremos una Paz que solo signifique la estabilidad del sistema actual.

Así, en marzo de ese año nos constituimos en el Frente de Mujeres contra el Año Internacional de la Mujer. Poco después, criticamos el hecho significativo de que la Delegación mexicana la encabezara un hombre, el procurador de justicia Pedro Ojeda Paullada. De las 133 delegaciones de los Estados miembros, la delegación de México formó parte del grupo minoritario de 20 ¡encabezadas por varones! Yo tenía 27 años y estaba furiosa. Mi grupo se negó a participar y yo publiqué una nota en la revista Del Tercer Mundo, en la cual califiqué la creación de un Año Internacional de la Mujer como una condescendiente actitud de tutelaje.

Sería veinte años después, con la IV Conferencia en Beijing (1995), que calibré el importante papel que ha jugado la ONU. Ahora que se cumplen 50 años han aparecido varios artículos analizando los avances que impulsó esa primera celebración de 1975; en especial, lo que implicó aprobar el Plan de acción mundial para la consecución de los objetivos del Año Internacional de la Mujer, con directrices para la acción. Además, se establecieron tanto el Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación para la Promoción de la Mujer (INSTRAW) como el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), los cuales se fusionaron posteriormente, junto con otras dos entidades de las Naciones Unidas, en 2010, para formar lo que hoy se conoce como ONU Mujeres.

Unos pocos días antes de que iniciara la Conferencia, la famosa feminista Betty Friedan voló a París a entrevistarse con la aún más famosa Simone de Beauvoir. Considerada una de las madres de la segunda ola feminista por su libro La mística de la feminidad (1963), Friedan dialogó con la autora de El segundo sexo (1949), libro que para mí ha sido como una biblia del feminismo. El Saturday Review publicó el intercambio el 14 de junio de 1975 y, hasta donde he logrado averiguar, no ha sido traducido. Friedan inició el diálogo expresando su inquietud: el movimiento feminista había llegado a una cima y ahora estaba empantanado. De Beauvoir asintió que eso también pasaba en Francia. Entonces la estadounidense expresó que había agentes provocadores infiltrados dentro del movimiento feminista, que fomentaban la disrupción y el extremismo, y que, además, el ímpetu del movimiento se había desviado por las feministas que alentaban estar contra los hombres, contra la maternidad y la crianza infantil y por quienes hacían del lesbianismo una ideología política, y De Beauvoir rápidamente expresó que no compartía tales apreciaciones.

A partir de ese momento, sus claras diferencias de visión política empezaron a manifestarse. Friedan argumentó sobre la importancia de luchar por un salario para el trabajo doméstico, y De Beauvoir rechazó tal demanda diciendo que reforzaría la división del ámbito doméstico y el público. Friedan insistió en que las mujeres que han estado haciendo este trabajo desde hace siglos necesitan una retribución y De Beauvoir dijo que no hay que ofrecerles a las mujeres una salida individual, sino colectiva. Friedan le preguntó “¿por qué no pagarles a las mujeres por su trabajo?, y De Beauvoir contestó: “es un trabajo que todas las personas deben hacer y compartir comunitariamente” y puso como ejemplo a China, donde de forma colectiva mujeres y hombres lavan la ropa y colectivamente zurcen calcetines que no son los propios. Friedan señaló que las personas tenemos muy arraigado el sentido de la familia y el valor de la maternidad, por lo cual veía inviable un intento político por eliminarlos. De Beauvoir le respondió que hay que acabar con el mito de la maternidad y de la familia.

Betty Friedan se frustró y plasmó su decepción en una nota que insertó en el texto de la entrevista, en la que dijo que su impulso de ir a hablar con Beauvoir se debió a creer que la francesa sería capaz de ver con más claridad el camino. ¡Pobre Friedan! No visualizó la brecha cultural y política que existía entre ambas. La entrevista se hizo en el salón de la escritora francesa, rodeada de objetos valiosos, con dos intérpretes, una francesa y una inglesa. A Friedan le sorprendió que De Beauvoir fuera mucho más establishment de lo que la había imaginado y le dio la impresión de que era una mujer fría, que hablaba de abstracciones lejanas a las vidas concretas de las mujeres. Friedan se sintió tonta por insistir en las cuestiones mundanas que las mujeres deben enfrentar, mientras a De Beauvoir solo le importaba destruir al sistema. De Beauvoir veía “las comodidades de la familia, la decoración del hogar, la moda, el matrimonio, la maternidad”, todas esas cuestiones “femeninas”, como enemigas de las mujeres, y cuando la francesa sentenció “Hay que abolir la familia”, Friedan pensó que eso estaba lejos de las preocupaciones de las mujeres comunes y corrientes. A Betty Friedan las palabras de De Beauvoir le sonaron igual que las de las feministas radicales universitarias en Estados Unidos, que repetían consignas maoístas e idealizaban al proletariado. Finalmente, el hecho de que la francesa abrevió la entrevista a una hora, para correr a ver a Sartre que estaba en el hospital, puso en evidencia para Friedan una lamentable dependencia a un hombre. ¡Uf!

Han pasado ya cincuenta años del diálogo entre Friedan y De Beauvoir, y hoy los diversos grupos feministas se confrontan de forma similar. Si hubiera leído esta entrevista cuando se publicó, en 1975, yo me hubiera decantado por la radicalidad de De Beauvoir; pero al leerla hace apenas unos años, ya bien entrado el siglo XXI, comprendí las preocupaciones pragmáticas de Friedan. Parecería que el dilema ¿revolución o reforma? sigue vigente en la actualidad, sin embargo si algo he aprendido en este medio siglo de mi activismo es que avanzar en política requiere tanto ser capaces de dar pequeños pasos (reformas) como en no perder la brújula de la radicalidad, que es la de ir a la raíz de los problemas.

En agosto, entre el 12 y el 15, la Ciudad de México será la sede de la Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe y el tema “La sociedad de los cuidados; gobernanza, economía política y diálogo social para la igualdad de género” resuena tanto con la perspectiva radical de De Beauvoir como con las preocupaciones de Friedan. Creo que en esta ocasión sí me asomaré a escuchar los debates.


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Marta Lamas
  • Marta Lamas
  • Antropóloga, catedrática de ITAM y UNAM, integrante del Consejo Asesor de Clara Brugada y fundadora y presidenta de la Asamblea de GIRE
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