“No cambio de bandera; busco la mejor asta para enarbolar mi estandarte”, me respondió esa mañana dominical de la primavera del año 2000, Porfirio Muñoz Ledo, a la sazón candidato presidencial por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM).
La suya formaba parte de una serie de entrevistas que se publicaron en Notivox Diario con candidatos de la época. Santiago Creel y Marcelo Ebrard fueron otros personajes que sortearon con decoro la batería de preguntas que se les puso enfrente. Y Porfirio no sería la excepción.
Apenas cruzamos saludos y las cortesías de rigor, en un sobrio estudio de una casona de la colonia Roma donde albergaba la sede de su corriente Nueva República, la cual pugnaba por una nueva Constitución, se le cuestionó a quien en distintos momentos fuera líder nacional del PRI y del PRD, su postulación ahora a cargo de un partido satélite: el PARM.
Elocuente como pocos, con una inteligencia superior al político promedio, Muñoz Ledo habló de la necesidad de una Reforma del Estado de largo aliento. Y quizá ese olfato político fue lo que le llevó a declinar, semanas después, en favor del candidato panista Vicente Fox Quesada.
De Porfirio se podrá criticar mucho, pero es innegable que fue un hombre de su tiempo. Supo transitar desde el Echeverrismo, pasando por el Frente Democrático Nacional, el PRD, la primera mayoría opositora en el Congreso de la Unión, el primer gobierno de un signo diferente al PRI y hasta la Cuarta Transformación, de la cual pudo desmarcarse en últimas fechas.
Burócrata de altos vuelos y dos veces secretario de Estado, diplomático, parlamentario y politólogo, a este personaje con ascendencia guanajuatense el tiempo sabrá darle su sitio en la historia.
En lo personal, extrañaré sus entrevistas, las cuales solían terminar en conversaciones enciclopédicas, pero, sobre todo, su vena parlamentaria. Porfirio era un verdadero tribuno en estos tiempos en que el Congreso suele estar lleno de políticos mediocres y uno que otro bufón.
Descansa en paz, Porfirio Alejandro.