Las campañas electorales iniciarán la próxima semana. Vendrán un par de meses de intensa actividad proselitista, donde los candidatos de los diversos partidos políticos -y los independientes- buscarán posicionarse lo mejor posible sumando adeptos y tratando de convencer al electorado de que son la mejor opción para gobernar, o en su caso, ejercer la representación popular.
Al fin y al cabo de eso se tratan las campañas: de conocer las diversas opciones políticas para elegir la mejor de ellas a juicio del elector.
Quiero resaltar esto último: a juicio del elector. Porque si bien durante las últimas tres décadas se han registrado importantísimos avances en la conformación y desempeño de lo que ahora es el Instituto Nacional Electoral (INE), siguen habiendo conductas que buscan incidir en la voluntad del elector y en el sentido de su voto. Porque hay maneras –así sean sutiles o más grotescas– de viciar el proceso antes, durante y después de la jornada electoral.
Me explico: desde el jefe que presiona a sus empleados y subordinados para apoyar a determinado partido o candidato. Y esta conducta se puede dar tanto en trabajadores de las dependencias de gobierno como de la iniciativa privada.
Un sector especialmente vulnerable es el de los beneficiarios de los programas sociales. Constituye un delito condicionar los apoyos gubernamentales a cambio del voto. Desviar recursos públicos con fines proselitistas ya sea para apoyar alguna candidatura, o intentar asociar obras o acciones de gobierno a determinado partido político, así sea del que emanaron las autoridades, no solo es ilegal, sino reprobable.
Ya no digamos el utilizar el aparato del estado para afectar al adversario, o volcarlo en favor de la opción que da continuidad al proyecto político, llegando incluso al mero descrédito para incidir en el ánimo del elector.
Dicho de otra manera: el objetivo no es solo generar confianza en el proceso y vencer al abstencionismo propiciando un alto nivel de participación ciudadana, pues no se trata solo de votar, sino de hacerlo en entera libertad. _
Mario A. Arteaga