Número 3. “Desconcierte a la gente y manténgala en la mayor ignorancia posible”, nos dice Robert Greene, para que cuando sepa de sus verdaderas intenciones sea demasiado tarde. Cualquier parecido con aquel “A mí denme por muerto” de Ya Sabes Quién, a la mitad de su gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, y en alusión a su sonada aspiración presidencial, no es mera coincidencia sino la confirmación de esta ley.
Fiel devoto, aventurado discípulo, favorecedor y favorecido de y por el actual Presidente de México, el impresentable empresario y aliado de cualquier régimen en turno, Ricardo Salinas Pliego, aprovechó la publicación de una encuesta donde lo miden como precandidato de la 4T al más alto cargo, para pedir que no lo distraigan, aduciendo que no aspira ni suspira por la candidatura y que actualmente se ocupa en generar riqueza (sic) para favorecer a sus empleados y hacerle el bien a no sé quién.
A simple vista, podría tratarse de la honesta (por decirlo de alguna manera) falta de interés de quien conoce sus linderos y sabe que lo suyo, lo suyo, es hacer dinero al amparo del poder no precisamente hacerse del poder político formal.
Aunque ya vimos que así empezó el loquito que acaba de dejar el mismo cargo en el país más poderoso del mundo, cuando todos se reían de sus intenciones, de sus ocurrencias y de su aparente falta de juicio, para luego terminar lamentando su escandaloso ascenso y celebrando su afortunado descenso.
Ojalá así sea; de lo contrario, seremos testigos de una extraña incursión, en el proceso interno de Morena rumbo a la candidatura presidencial, de un tipo pretencioso, majadero y pedante al que ni propios ni extraños quisieran ver en las filas de dicha sucesión.
Para efectos de la tercera ley de Greene, este sujeto estaría postulando correctamente el principio en cuestión al disimular sus “legítimas” intenciones, tal como lo hace con los exorbitantes intereses que les cobra a los más pobres de los pobres cuando les presta dinero o les vende baratijas en su banco y sus tiendas o cuando sus empleados dan las noticias es sus serviles noticieros o sus cortesanos “actúan” para hacerse pasar por verdaderos actores en sus insípidos, vulgares y sosos culebrones que, por cierto, ya nadie ve.
Hasta ahí, bien bajada la pelota por parte del “señorcito” en cuanto a no mostrar sus cartas; ahora sólo le falta “sofrenar la lengua y cuidar sus palabras”, para terminar de seguir al pie de la letra la tercera ley de Greene.
En política es muy común encontrarnos con personajes lenguaraces que buscarán hacerse notar a través de sus dichos, disparates y excentricidades, mientras otros se conducen con tacto y sigilo. Los hay quienes hacen ambas cosas según los momentos y circunstancias.
He conocido candidatas y candidatos discretos y elocuentes, vestidos de templanza, como Tere Jiménez de Aguascalientes y Alfredo Del Mazo del Estado de México; algunos otros fascinados con oír su propia voz, como Javier Corral y algunos oscilantes como Luis Donaldo Colosio chico, que puede más o menos adaptarse a la ocasión; mientras que hay otros cuya diarrea verbal ha sido la causa de su propia tragedia, como Jorge Luis Preciado en Colima.
La verdadera lección es que al final, es muy importante aprender a hablar como también a callar.