Ahora que es propicio reconocer el trabajo alrededor del nuevo modelo educativo y sus componentes, vale recordar cómo es que en la época de secundaria uno “racionalizaba” el por qué la multiplicación de dos cantidades negativas daba una positiva. Ese ejercicio, más de memorización que de otra cosa, iba más o menos así:
“Los amigos de mis amigos son mis amigos. O sea, más por más da más. A su vez, los amigos de mis enemigos son mis enemigos. O sea, más por menos da menos. Si los enemigos de mis amigos son también mis enemigos, ello equivale a que menos por más da menos. Por tanto, los enemigos de mis enemigos son mis amigos, lo que se traduce en que menos por menos da más”.
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La más reciente encuesta “La Gobernabilidad en México” de GEA-ISA pinta un panorama de gran rechazo público al presidente Peña Nieto y su gobierno (más preocupante aún porque es generalizado hacia las instituciones de la democracia). Su evaluación está en el nivel más bajo del sexenio: 77% de los ciudadanos reprueba su gestión y 63% no le cree nada al Presidente (versus un magro 5% que dice aún tener mucha confianza en él).
Dicho índice de desaprobación viene creciendo desde el último trimestre de 2015 y no se ve qué haría posible que cambiara de tendencia: el gobierno sigue sin cuando menos contener múltiples problemas de enorme gravedad (inseguridad, corrupción, impunidad…); sigue sin recuperar la autoridad y legitimidad social necesarias para poder movilizar a la sociedad hacia objetivos comunes (solo 15% aprueba sus acciones para prevenir los efectos del nuevo gobierno estadunidense en México, versus 67% que las reprueba), y no se ve que tenga la capacidad para enderezar el rumbo y lograr cierto consenso social a su alrededor en lo que resta de la administración.
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Es en este contexto que aplica la regla de la doble negación expresada al principio, sacándola, claro está, del ámbito de los números reales y llevándola al de la política de todos los días.
El descrédito por el que transita el gobierno debiera ser factor suficiente para llevarle a armar un discurso inteligente, explicativo, entendible, de cara a los próximos 14 meses, evitando caer en el mismo simplismo y maniqueísmo con el que razonablemente critica el populismo contenido en las profecías del evangelio lopezobradorista de cara a 2018. De lo contrario, cualquier clase de álgebra política demostraría que la crítica proveniente de quien no tiene crédito, más que debilitar, fortalece al criticado. Tras la crisis de 94-95, por ejemplo, Cárdenas arrasó dos años después en el entonces DF no por que tuviera un gran programa de gobierno, sino porque había sido el gran enemigo, “ni siquiera visto u oído”, del gobierno federal anterior. ¿Así o más claro?