México atraviesa una crisis de humanidad que se agrava con cada fosa clandestina descubierta, con cada resto humano que grita desde la tierra el horror de la violencia que nos carcome.
Los hallazgos recientes en Teuchitlán, Jalisco, y Reynosa, Tamaulipas, han puesto una vez más en evidencia la magnitud de la tragedia: crematorios clandestinos, restos óseos, objetos personales que alguna vez pertenecieron a alguien amado.
Sin embargo, lo que debería ser un llamado urgente a la acción y a la empatía se ha topado con una muralla de indiferencia, cinismo y descrédito por parte de las autoridades en turno, principalmente de Morena, quienes parecen más interesadas en proteger su narrativa que en enfrentar la realidad.
Comencemos con Gerardo Fernández Noroña, figura prominente de la autodenominada “Cuarta Transformación”. Sus declaraciones sobre las fosas de Jalisco han sido un golpe bajo a la dignidad de las víctimas y sus familias.
Calificar el hallazgo como un asunto que “no tiene mayor relevancia” o insinuar que se exagera para dañar al gobierno es no solo una falta de sensibilidad, sino una muestra de la arrogancia que permea a quienes se creen intocables desde el poder.
Noroña, con su habitual estilo bravucón, prefiere desviar la atención hacia supuestas conspiraciones mediáticas antes que reconocer que estos sitios de exterminio son un reflejo del fracaso estatal en materia de seguridad y justicia.
Su voz, que debería abogar por los desprotegidos, tal como lo hizo por los 43 estudiantes de Ayotzinapa, se convierte en un eco de la negación. No menos desatinada ha sido la postura de la presidenta Claudia Sheinbaum.
Frente a los crematorios de Teuchitlán, su respuesta inicial fue tibia, casi burocrática: “Esperen a la información”, dijo, para luego delegar la responsabilidad a las fiscalías y cuestionar por qué no se resguardó el lugar tras un operativo previo.
Si bien días después pidió una investigación más seria, su actitud inicial reflejó una desconexión alarmante.
En lugar de asumir el liderazgo que su cargo exige y mostrar solidaridad con las familias que buscan a sus desaparecidos, optó por una retórica evasiva que recuerda los tiempos en que se culpaba al pasado por los males del presente.
Sheinbaum, como cabeza del Ejecutivo, tiene la obligación de ir más allá de las palabras y garantizar que estos crímenes no queden en la impunidad, pero su reacción sugiere que prefiere mantener la imagen de control antes que enfrentar el descontrol real.
Y qué decir de Eva Reyes, diputada local de Morena en Tamaulipas, cuya declaración roza lo grotesco. Afirmar que las fosas clandestinas y campos de exterminio son “casi naturales” porque el estado es una “ruta obligada” del crimen organizado es normalizar lo inaceptable.
Sus palabras no solo minimizan el dolor de miles de familias, sino que justifican la barbarie como si fuera un fenómeno inevitable, una especie de fatalidad geográfica.
Que una representante popular, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos en el Congreso tamaulipeco, hable con tal ligereza de un problema que ha dejado más de 13 mil desaparecidos en su estado según el Registro Nacional, es una bofetada a la lucha de los colectivos de búsqueda y una muestra de la podredumbre moral que se incuba en algunos sectores de Morena.
Esta actitud de las autoridades no es un desliz aislado; es un patrón. La bajeza en la que están cayendo estas autoridades radica en su incapacidad para asumir la gravedad de la crisis. México no puede seguir siendo un cementerio clandestino mientras quienes gobiernan miran hacia otro lado o, peor aún, intentan lavar su responsabilidad con discursos vacíos.
Las fosas de Jalisco y Tamaulipas no son un ataque político; son un recordatorio de que la violencia sigue ganando terreno y de que las víctimas merecen algo más que excusas. Si Morena y el gobierno en turno no cambian de rumbo, su legado será el de haber traicionado la esperanza que alguna vez depositaron en ellos.
La verdadera transformación no se construye sobre el silencio, sino sobre la justicia que hoy se les niega a los desaparecidos y a quienes los buscan incansablemente.