La detención en California del líder de la iglesia La Luz del Mundo tomó a todos por sorpresa. Naasón Joaquín García, a quienes sus fieles llaman Apóstol de Jesucristo, fue arrestado por una serie de delitos de orden sexual que no vale la pena detallar. Junto al religioso fueron detenidas otras dos personas, y sobre una más pesa también una orden de arresto.
El asunto es delicado y, salvo que ocurra algo extraordinario, el proceso a seguir por la justicia californiana será largo. Por supuesto que la iglesia salió en defensa de su líder, y cientos, o tal vez miles de fieles se concentraron a las afueras del templo principal del culto, allá en la colonia Hermosa Provincia, en Guadalajara.
Sobre el caso se hablará y escribirá mucho en los próximos días y semanas, y estoy seguro de que habrá encendidos debates públicos que involucren a Naasón, y a la iglesia en general.
Y aquí es donde me parece que debemos actuar con prudencia. Es importante distinguir entre la iglesia y las personas; entre una institución, y sus dirigentes.
No voy a juzgar o señalar a Nassón Joaquín. Eso corresponderá a la justicia de California. Lo importante será que como personas veamos a cada uno de los feligreses de La Luz del Mundo como hombres y mujeres que forman parte de una comunidad religiosa en la que hay de todo, buenos y malos. Y que los malos deberán ser juzgados antes de ser señalados como culpables.
Escándalos de abuso o malos manejos financieros han ocurrido en diferentes denominaciones religiosas. Casos de presunto lavado de dinero y de abuso sexual han salpicado a la iglesia Católica desde hace por lo menos tres décadas. En muchos casos se ha sancionado a culpables, y en otros no. Pero los fieles saben que la religión es algo que trasciende los errores de sus líderes.
Estoy convencido de que el diablo existe, y que apunta alto para lograr sus intereses. Por eso los que más alto están, tienen más posibilidad de caer.
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