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¿A quién le sirve nuestra indignación?

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El 13 de agosto la cuenta de Twitter del partido de ultraderecha español Vox publicó: “Tal día como hoy de hace 500 años, una tropa de españoles encabezada por Hernán Cortés y aliados nativos consiguieron la rendición de Tenochtitlán. España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas. Orgullosos de nuestra Historia”. Hasta el 19 de agosto, tenía 31 mil 700 retuits (25 mil que lo citaban y 6 mil 700 directos). Su segundo tuit con más interacción en ese lapso tuvo solo mil 800 retuits.

La mayoría de quienes citaron el tuit sobre Cortés fue para criticarlo, indignados ante la afrenta. Después, otros usuarios pidieron no darle importancia y evitar que Vox lograra su objetivo: generar un falso debate y obtener notoriedad. Este tipo de tuits y posteos escandalosos son cada vez más frecuentes desde organizaciones, políticos y gente deseosa de fama fácil. 

La razón es clara: en esos espacios digitales normalmente no caben los datos ni el diálogo razonado —es complicado desarrollar un argumento en 280 caracteres—, sino las emociones. Y mientras más tóxicas, mejor. Por eso vale la pena preguntarnos qué mensajes en realidad estamos amplificando al quererlos combatir. No se trata de no indignarnos —incluso hace falta indignarnos más—, sino de poder seleccionar bien las causas y las personas o instituciones con las que lo hacemos. Indignarnos por todo, todo el tiempo, solo hace que los temas por los que sí deberíamos levantar la voz queden sepultados en la marea.

A las redes sociales tradicionales (Facebook, Twitter, YouTube) y sus algoritmos les encantan este tipo de comunicación tóxica: mensajes incendiarios que generan enojo e indignación. Es muy complicado saber cómo funcionan estas plataformas o qué contenido amplifican, pues son muy opacas al respecto. Pero estudios de investigadores (desde Luke Munn hasta el Reuters Institute de la Universidad de Oxford) señalan que normalmente se premia el contenido que genera esas emociones. 

Las nuevas redes, que buscan mayor audiencia, saben que ese es el camino. Hace unos días Rumble, una especie de YouTube popular con la población de derecha en Estados Unidos y con un gran crecimiento, anunció que pagaría cientos de miles de dólares a creadores que “desafiaran el statu quo” y publicaran primero en su plataforma. Entre el contenido que permite y alienta está la desinformación en temas médicos. Hay reportes también de que el algoritmo de Tik Tok está llevando a adolescentes a contenido de extrema derecha y extrema izquierda, sin que los usuarios necesariamente busquen esos temas.  

En todo el mundo los políticos, sus partidos y sus seguidores también han entendido que esta fórmula funciona. Lo dijo bien el periodista Eliezer Budasoff en un tuit: “Los políticos en el continente ya funcionan todos como el algoritmo de Twitter: todos quieren explotar tu indignación. Todos pichones de Trump, apelando al miedo, al prejuicio más estúpido, a cualquier cosa que sirva para escandalizar”. Basta ver las cuentas de funcionarios y simpatizantes de presidentes como AMLO en México, Nayib Bukele en El Salvador, o Jair Bolsonaro en Brasil, para dejarlo claro.

Hay que entender bien por qué nos indignamos y seleccionar mejor hacia quién lo dirigimos. Si no, solo formamos parte del juego de las plataformas y los políticos.


Mael Vallejo

@maelvallejo 

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Mael Vallejo
  • Mael Vallejo
  • Mael Vallejo es periodista. Director de estrategia digital de N+. Su columna se publica cada 15 días (viernes).
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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