Mucho hablamos de los derechos de los niños: a la salud, a la educación… etc.
Pero también observamos violencia contra ellos, maltrato, abandono, … Y quizá lo más paradójico de esta situación es que padres y educadores nos colocamos en extremos, o nos dedicamos a “darles todo” creando verdaderos reyecitos, pagados de sí mismos, incapaces de responsabilizarse por las menudas cosas que pueden hacer por sí mismos, o los forzamos a equivocar los rumbos de su vida sin modelos claros y cercanos que puedan seguir y luego nos asustamos de lo que son capaces de hacer a nuestras espaldas o de los aprendizajes “no deseados” que adquieren en las calles.
Quizá hemos olvidado las necesidades básicas de todo ser humano, aquello que debe estar “como sustento” cotidiano o “debajo” de los desacuerdos que tenemos con ellos.
Existen conductas que no debemos permitirles, y también existen comportamientos que debemos estimular, ya que queremos que sean buenas personas; pero los niños “deben saber” que, aunque estemos enojados con ellos por su comportamiento inadecuado les aceptamos y les respetamos de manera positiva.
Esto es, que nuestra actitud firme al reprenderlos, también les comunique que los valoramos y los respetamos.
Las dificultades de la vida juegan, en el proceso de aprender.
Con los fracasos reconocemos nuestras limitaciones y, al tiempo, nos brinda la oportunidad de superarnos.
Así, en medio de un entorno en el que no todo nos viene dado, se va curtiendo el carácter, se va adquiriendo fuerza y autenticidad.
No se trata, por ejemplo, de educar a un hijo para que jamás repruebe o jamás rompa un plato, sino más bien para que se esmere en ser un buen estudiante y procure que no se le caiga el plato; y –sobre todo– para que sepa sacar fuerza de cada error y sea capaz de volver a estudiar con ilusión a pesar de un semestre reprobado o de recoger los pedazos del plato que se le ha caído.
En una familia unida, los padres dialogan acerca de los retos de la paternidad/maternidad, buscan entenderse, respetar sus diferencias y alinear sus decisiones.
A medida que su relación se vuelve más transparente y dialogante con el paso de los años, ambos logran un equilibrio en la formación de los hijos: se parecen cada vez más, comparten intereses y formas de hacer las cosas y construyen una relación más consistente.
La paternidad/maternidad es un "trabajo en equipo", cuyo éxito depende de que padre y madre compartan expectativas, objetivos y criterios de decisión.
No solo feliz día del niño, sino niño feliz todos los días